El baño y el secado del alma


Naaman era un general muy apreciado por el rey de Siria y estaba enfermo. Su rey lo envió a Israel para que lo curaran. El rey israelí pensando en términoas políticos, se atemorizó porque no era capaz de curar la lepra que padecía Naamán y Siria era un gran reino capaz de destrozar a Israel.
Eliseo, hombre de Dios entró al quite y le dijo al rey israelí que no se preocupara, que enviara a Naamán con él y lo curaría.
Llegando Naamán lo mandó a bañarse 7 veces en el Jordán. Naamán al principio se encolerizó porque pensaba que dado su rango, le sería dado un tratamiento igual de grandioso. Sin embargo, terminó por dejarse convencer por sus sirvientes e hizo lo que Eliseo le prescribió, sanando.

Cuántas veces nosotros también esperamos grandes actos de Dios en nuestras vidas para ser sanados?
Naamán iba cargado de oro para pagar por su sanación. Y fué curado gratis.
Naamán esperaba un gran tratamiento que lo curara. Y le "recetaron" unos simples baños de agua simple de un simple río.

¿Cuántas veces vemos que la ciencia es incapaz de sanar a una persona? Y entonces surgen los milagros que los doctores no se explican, porque necesitarían ponerse los anteojos de Dios para poder ver el alma de aquellos que El creó y a quien nadie conoce tan bien.

Cristo se presenta según nos relata el Evangelio de hoy, en la sinagoga del pueblo en donde creció diciendo que es el Mesías y la gente se encolerizó y lo quisieron despeñar por blasfemo. Ellos esperaban desde mucho tiempo atrás al Mesías, pero tal vez esperaban a un extraterrestre, a algún mago que apareciera haciendo grandes prodigios o en un carro de fuego como Elías, o siendo poderoso y cargado de oro y riquezas. Y en cambio, delante suyo se presentó uno que había vivido con ellos desde pequeño, que era pobre como ellos, que era hijo de un pobre carpintero y de una mujer común a sus ojos.

¿Cómo podía ése decir que era el Hijo de Dios, el esperado, el Salvador; si no tenía ejercitos con él para liberarlos del yugo?

Así de inesperado es el que ha de salvarnos. El encuentro con Jesús es distinto en cada persona porque Dios nos hizo únicos e irrepetibles.

El lavado de Naamán el sirio por 7 veces en el río Jordán lo curó. Y lo curó porque finalmente obedeció a Eliseo.

Muchas veces aunque no estemos conscientes,sentimos que algo nos hace falta. Y ése algo es el "baño de nuestra alma".
Los que hemos sido bautizados y hemos hecho la primera comunión recordaremos ése día como algo especial. El sentirnos limpios después de ésa confesión, es un recuerdo que no puede ser borrado de nuestras mentes y de nuestras almas que anhelan sentirse limpias siempre para estar cerca de Dios.

Los que no han recibido el bautizmo y desconocen el sacramento de la reconciliación con Dios, están privados de un gran bien.

El llamado a la confesión es constante. No basta con confesarnos en las "grandes ocasiones" como en nuestra boda o cuando vamos a ser padrinos, sino que debe ser un hábito a cultivar. No debemos tampoco esperar a tener grandes pecados para acercarnos a la confesión, como muchas veces nos incita nuestra naturaleza dada al espectáculo. Así como lavamos nuestras manos antes de comer, también debemos confesarnos para poder disfrutar del alimento espiritual que es Cristo.

No lancemos a Jesús al despeñadero como hicieron los de su aldea. Acerquémonos al Jordán a bañarnos del agua viva que nos ofrece. Y démosla a conocer a otros para que también se beneficien.

Como cualquier baño, al salir de él, necesitamos secarnos. Y éso puede no ser muy agradable, porque hay que frotar el cuerpo con la toalla,como no tenemos el agua tibia cubriendo nuestros cuerpos o ropa que nos cubra, sentimos frío que no es agradable. Así también es la penitencia o expiación de los pecados. Ya estamos limpios, pero necesitamos el secado para ponernos la ropa limpia que Dios nos tiene preparadas como al hijo pródigo.


Salmo 41,2.3;42,3.4

R/. Mi alma tiene sed del Dios vivo:
¿cuándo veré el rostro de Dios?

Como busca la cierva
corrientes de agua,
así mi alma te busca
a ti, Dios mío. R/.

Tiene sed de Dios,
del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver
el rostro de Dios? R/.

Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada. R/.

Que yo me acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
que te dé gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío. R/.

Esta reflexión fué realizada por Laura Aguilar para Puntadas católicas

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2 Reyes 5, 1-15
Salmo 42, 2-3; 43, 3-4
Lucas 4, 24-30

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