¿Otra vez?


Si la gente no fuera tan frustrante, Pedro no habría hecho la pregunta que hizo en el Evangelio de hoy, y no tendríamos necesidad de perdonar a los otros, una y otra y otra vez. Una debería ser suficiente, ¿no lo creen? Después de ser lastimados y de elegir perdonar generosamente de todos modos, deberíamos ser recompensados con el placer de ver a nuestros enemigos volverse amables con nosotros, ¿correcto?
 El problema es que las personas no cambian tan rápido como quisiéramos, y algunas no cambian nunca, al menos no en lo que nosotros podemos ver. Para nosotros ser como Cristo y perdonar setenta veces siete, tenemos que tomar la decisión consciente de respetar y amar a las personas como son ahora, aun cuando no aprobemos o no nos guste lo que hagan. Si ellos nunca mejoran, ¿podremos seguir amándolos? ¿Qué tal si su falta de mejoría nos ocasiona más problemas?

El perdón no radica en lo que otros hacen, sino en lo que necesitamos. Perdonar nos libera de la atadura que los pecados de ellos mantienen sobre nosotros. Es una decisión para proteger nuestra felicidad y no permitirle a otros controlar nuestros sentimientos. Y para que esto suceda, nuestro perdón debe ser sincero. Podemos decir con nuestros labios que los perdonamos, pero si nuestra felicidad depende que los otros cambien, permaneceremos frustrados y enojados. Si permanecemos enojados, es señal que nuestro perdón es de dientes para afuera. 
La felicidad por medio del perdón depende de Dios, no de lo que los demás hagan o dejen de hacer. Elegimos perdonar basados en el amor que Dios tiene por los pecadores, no en si lo merecen o no. Y entonces, porque les tenemos misericordia, recibimos la misericordia de Dios y somos liberados de las cadenas emocionales que nos atan a los efectos dañinos de sus pecados.
 Si no perdonamos, somos iguales al siervo malvado de la parábola de Jesús. El rogó y le perdonaron, pero trató a los demás en la forma como él no quería que lo trataran.Si persistimos con los sentimientos de frustración, esto evidencia que nuestro amor - nuestra amabilidad por otros, nuestra paciencia, nuestra misericordia - es condicional, basado en qué tan bien ellos nos tratan a nosotros. Dios no está allí.
 Para protegernos de que vuelva la frustración, tenemos que examinar por qué nos sentimos heridos: nuestras necesidades no están satisfechas. Mientras sigamos queriendo que otros satisfagan esas necesidades, nos sentiremos lastimados una y otra vez. Sin embargo, nadie, excepto Dios, puede satisfacer todas nuestras necesidades. A menos que busquemos a Dios para nuestra felicidad, ¡nuestra frustración está en peligro de controlarnos hasta el día de nuestra muerte!
Mantén los ojos en Jesús.
Los demás no pueden o no quieren darte todo lo que necesitas. Jesús es el único que puede amarte completamente. Aunque nos toma toda una vida para que nos entreguemos completamente a su amor, cuando alguien nos decepciona, debemos verlo como un regalo, una nueva oportunidad para permitir que Jesús nos sostenga y nos cuide. Cuando dejamos que Jesús cubra nuestras necesidades, es mucho, pero mucho más fácil perdonar a otros - de nuevo.  
Oración para hoy
Padre amado: dame la capacidad de querer perdonar, más allá de mis sentimientos. Haz, Señor, que siempre recuerde que tú antes, has sido misericordioso conmigo. Amén.
Esta reflexión fue copiada con permiso de la autora, Terry Módica, y es utilizada bajo la responsabilidad de grupo católico Reflexiones para el Alma de Miami Fl. Fue publicada por Ministerios de La Buena Nueva,

© 2015 por Terry A. Módica

 
Reflexiones de las Buenas Nuevas           
Jueves de la 19na. Semana del Tiempo Ordinario
Agosto 13, 2015

Lecturas del día:  
Josué 3, 7-11.13-17
Sal 113, 1-6
Mateo 18, 21 -- 19, 1


Juan Berchmans, Santo
Religioso Jesuita, 13 de agosto
Martirologio Romano:
En Roma, san Juan Berchmans, religioso de la Compañía de Jesús, que, amadísimo por todos por su sincera piedad, caridad auténtica y alegría constante, murió alegre después de una breve enfermedad (1621).