Piensa en los "fariseos" de tu vida, esas personas intachables que están tan seguras que tienen razón, que su orgullo no les deja ver sus errores y pecados. Todos tenemos algún grado de fariseísmo en nuestros pensamientos.
La humildad es la cura -- dar una mirada honesta a nuestra facilidad para equivocarnos, y así descubrir cómo nos hemos desviado de la voluntad de Dios, y lograr que nuestro camino de Cuaresma nos traiga de regreso a Él.
En la primera lectura de hoy, los israelitas se dieron cuenta que su desvío comenzó cuando protestaron. El orgullo nos dice que es correcto protestar porque sabemos (como si fuéramos Dios) que la vida debería ser perfecta. El orgullo nos dice que el sufrimiento es una prueba de que debemos murmurar y protestar, en lugar de alabar a Dios. El orgullo nos hace impacientes para llegar a la Tierra Prometida, a la cual no llegaremos a menos que, primero, crezcamos mucho.
El crecimiento es fruto del sufrimiento. Las quejas son el fruto del orgullo.
Los israelitas fueron salvados de su orgullo cuando Dios les dio la herramienta del arrepentimiento, la serpiente de bronce montada sobre un mástil, que predecía la crucifixión del Mesías. La serpiente representaba sus pecados, como lo haría Jesús un día, aceptando todos los pecados del mundo sobre sí mismo, "montado" sobre una cruz e izado para que todos lo vieran.
En el pasaje del Evangelio de hoy, los fariseos están tan seguros que tienen el conocimiento correcto de Dios, que no pueden reconocer a Jesús como su Mesías tan esperado. Cuando las personas justifican sus pecados, insistiendo que están escuchando a Dios correctamente, se tornan ofensivos cada vez que su entendimiento es desafiado por la realidad. ¿Cómo manejas esto? ¿Te quejas?
Analiza lo que dices cuando protestas. Protestar sobre las personas es estar condenándolas. Protestar sobre una situación es condenar al Dios que permitió que esa situación ocurriera.
Mira cómo manejó Jesús a los fariseos. Él ansiaba que escucharan y aceptaran la verdad. Podría haber protestado por ellos pero, en cambio, descansó en el hecho de que llegaría el día en que la verdad hablaría por sí misma.
Si sientes deseos de protestar, lleva tus quejas a Dios y sólo a Dios; Él comprende tus frustraciones mejor que nadie. Recurre a amigos por buenos consejos, pero no los arrastres al error haciendo que ellos se quejen también.
Cuando descargamos nuestro enojo sólo con Dios, nuestras quejas se disuelven en su misericordia. Perdemos interés en quejarnos. Estamos sanados. Encontramos paz. ¿Te sucede así cuando te descargas con tus amigos?
Sígueme, haciendo un sacrificio más para Cuaresma. Sacrifiquemos nuestras quejas. Clavemos en la cruz nuestra naturaleza quejosa. Hagamos un voto de silencio en lugar de permitirles a las quejas que se escapen de nuestros labios. Dios nos resucitará a una nueva vida de paz y gozo que durará aun cuando las cosas marchen mal.
Reflexión de las Buenas Nuevas
Martes de la 5ta. Semana de Cuaresma
Marzo 15, 2016