Se misericordioso, no juzgues, no condenes, perdona libremente y se generoso, dice Jesús en el pasaje del Evangelio de hoy. Esto es lo que significa amar incondicionalmente.
Inclinamos la cabeza en aprobación, pero fruncimos la frente porque a menudo fallamos. ¿Sabes por qué nosotros fallamos? Es porque no nos tratamos de la manera que sabemos que debemos tratar a los demás.
¿Cuán misericordioso eres tú contigo mismo?
¿Cuándo cometes un error o cuando descubres que estás equivocado o
cuando te das cuenta de que has pecado; cómo lo manejas? ¿Después de que
has hecho las paces, te sigues condenando con impaciencia, crueldad y
aborreciéndote?
¿Qué tan rápido te perdonas?
Nosotros no podemos dar a los demás más misericordia y compasión de la que nos damos a nosotros mismos.
Cuándo
nosotros carecemos de misericordia, nosotros criticamos. ¿Qué tan
crítico eres tú de tu propia vida? ¿Cuándo las oraciones de los demás
son contestadas, te juzgas a ti mismo como imposible de recibir un
regalo semejante de Dios? ¿Cuándo te piden hacer un servicio para tu
parroquia o comunidad, te juzgas a ti mismo de no estar capacitado y de
no tener talento, aunque el que te lo pide sabe que lo puedes hacer?
Juzgamos a los demás con la misma dureza con la que nos juzgamos a nosotros mismos.
¿Qué
clase de sentencia impones a ti mismo después de que has pasado el
juicio? ¿Qué tan dura es tú auto-condenación? ¿Todavía te sigues
castigando por los pecados que ya has confesado en el Sacramento de
Reconciliación? La actitud correcta -la actitud llena de fe - es una de
aprender del pasado en un espíritu de auto-animo compasivo.
¿Después de juzgar e imponer un castigo, que tan pronto te otorgas el perdón?
Nosotros no podemos avanzar en relaciones renovadas con los demás si no
podemos dejar nuestro propio pasado atrás para aceptar en quien nos
hemos convertido.
¿Qué tan generoso eres contigo mismo?
¿Te tomas tiempo para descansar del duro trabajo? ¿Te cercioras de que
tus necesidades sean cumplidas sin esperar que los demás te lean la
mente? ¿Te aplaudes a ti mismo por el bien que haces? Esto no es orgullo mientras nos demos cuenta de que nuestra habilidad de hacer el bien, viene de Dios.
Para crecer en fe, trátate a ti mismo con misericordia, juzgando tus pecados pero no tu calidad de persona.
Perdónate para que puedas ser generoso en el amor. Ámate a ti mismo
para que puedas llenarte de Dios, ya que él es amor. ¡Después piensa en
como esto afecta tu fe!
Entre más nos otorguemos su amor a nosotros mismos, más se lo daremos a los demás y entonces regresara más a nosotros. Nosotros somos los que determinamos que tan grande es nuestra taza de medidas.
La medida que damos a otros es la misma que nos damos a nosotros
mismos. Esto no es egoísmo, a menos que nos quedemos con todo nosotros
mismos.
Reflexión de las Buenas Nuevas
Lunes de la Segunda Semana de Cuaresma
25 de febrero, 2013