Identificando tus verdaderos tesoros













¿Qué talentos tienes?
Si no podemos ver o imaginar cuales son nuestros tesoros verdaderos, entonces estamos ciegos, dice Jesús en el Evangelio del día de hoy. Si consideramos valioso algo que puede decaer o que podría sernos robado, estamos viviendo en la oscuridad de un mundo desolado que está decadente, cínico, y desalentador.
Vean nuestra primera lectura y observen cuanto sufrió San Pablo en su pasión por servir al reino de Dios. Y sin embargo, no se sintió desolado, cínico, o desalentado. No se estaba quejando. ¿Por qué no? Porque él sabía que su trabajo era valioso. Él entendió que los tesoros eternos vienen de pasar dificultades y sacrificios y enfrentar el peligro valientemente por el bien de la salvación de otros.

Vean de cerca - en la Luz de Cristo - sus tesoros, sus verdaderos tesoros. ¿Qué talentos tienes? Son regalos de Dios. ¿Qué perlas de sabiduría o joyas de amor incondicional o diamantes de confianza has obtenido de la adversidad? Van a durarte para siempre y beneficiarán eternamente a otros si los usas bien.

Dios no retiene nada bueno de nosotros. Nosotros, sin embargo, andamos por allí pudriéndonos en la desesperanza, sintiéndonos vacíos, a menos que nos abramos a recibir los tesoros del cielo. Esto requiere el reconocimiento del verdadero valor en relación a otras personas. Si valoramos tesoros terrenales, trabajando duro para coleccionarlos sólo para nuestro propio bien, no tendremos nada que llevar con nosotros al cielo, ni tendremos nada que nos de satisfacción en la tierra que dure por largo tiempo.

Hace unos pocos años, mucha gente ha aprendido esto de la manera difícil: perdiendo empleos, no pudiendo conseguir nuevo trabajo, siendo embargados de sus casas, forzados a re-evaluar sus hábitos de gastos. Tenemos que aprender de los malos tiempos económicos. Nosotros, como sociedad e individuos debemos emerger mucho más sabios, más caritativos, compartiendo abiertamente con otros sin importar el nivel de riqueza que tengamos, aun cuando no pensemos que no es riqueza.

Lo bienes terrenales son para ser usados en el reino de Dios. Si estamos dispuestos a compartir nuestras posesiones con otros, no es pecado tener abundancia para ellos. Dios quiere ser generoso con nosotros para que nos convirtamos en distribuidores de su bondad. La afluencia no es mala, pero tampoco es el tesoro real. Lo que hagamos con la afluencia producirá los verdaderos tesoros -- o de otro modo deteriora nuestras almas.

Nuestras almas son animadas y enriquecidas cuando el motivo de tener lo que tenemos y para adquirir lo que soñamos con adquirir, es para ayudar eso que es eterno en otros. ¿Queremos usar nuestras posesiones para el servicio del reino de Dios? 
¿O están más bien sirviendo propósitos terrenales, temporales y egoístas?
Solo esparciendo el amor de Dios acumularemos tesoros que podremos disfrutar para toda la eternidad. Y si para lograrlo debemos soportar dificultades y hacer sacrificios, entonces los tesoros en efecto son preciosos.

Reflexión de las Buenas Nuevas
Viernes de la 11va Semana del Tiempo Ordinario
Junio 21, 2013
Memorial de San Luis Gonzaga


Esta reflexión fue copiada con permiso de la autora, Terry Modica, y es utilizada bajo la responsabilidad de grupo católico Reflexiones para el Alma de Miami Fl. Fue publicada por Ministerios de La Buena Nueva, http://gnm.org/ReflexionesDiarias/index.html,
© 2012 por Terry A. Modica







Familia que reza unida...
Permanece "unida"


"Familia que reza unida, permanece unida", decía Juan Pablo II.  Y es cierto, pues la familia que se reúne para hacer una oración en común, para pedir a Dios algo especial, hace que Él viva en su familia.

Además, juntarse para rezar es invitar al Señor a la casa.  Él nos invita a visitarlo al menos cada domingo.  Entre semana, también nosotros podemos invitarlo a convivir con nuestra familia.
A casa por lo general se invita a aquellos con quien se tiene mucha confianza, con quien se puede pasar un rato agradable.  De cierta forma, invitar a Dios es como invitar a un gran amigo a pasar un rato en una reunión familiar.
Eso permite ver a Dios como alguien familiar, y no sólo como un extraño al que hay que ir a visitar una vez a la semana.