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La
historia en el Evangelio de hoy hace referencia al sacerdocio Cristiano
que Jesús estaba iniciando. Como nuestro Sumo Sacerdote, nos reveló la
autoridad sacerdotal para sanar (la Unción de los Enfermos) y para
perdonar los pecados (Confesión). Nuestros sacerdotes Católicos
vienen de una línea de ordenación ininterrumpida que se remonta a los
Apóstoles a quienes Jesús dio, en persona, esta autoridad. Esto es
lo que les da a los sacerdotes de la Iglesia original (Católica) la
habilidad de hacer efectivos, reales y milagrosos los Sacramentos,
independientemente de que sean hombres santos o pecadores.
En
la primera lectura, Abraham presagió este sacerdocio. Él ofreció un
sacrificio como un regalo a Dios en obediencia al llamado que se le
había dado. Aunque él nunca mató a su hijo, al alzar el cuchillo sobre
su hijo demostró su disposición a entregar todo por el Señor, y este fue
el sacrificio verdadero. Cuando el
sacerdote en Misa eleva el pan y el vino (antes de convertirse en el
cuerpo y sangre de Cristo) sobre el altar, él representa a todos
nosotros que estamos dispuestos a entregar todo por Dios. Por esto es que el pan y el vino son traídos al altar por miembros de la congregación en vez de sacarlos de la sacristía.
¿A qué estás dispuesto a renunciar, y a qué te aferras que debería ser sacrificado en aras de hacer la obra de Dios? Muy
frecuentemente, Dios sólo está buscando nuestra entrega, nuestra
voluntad. Él no siempre toma lo que le ofrecemos, como lo vemos cuando
impide que Abraham mate a Isaac. Dios provee un sacrificio sustituto
para ayudarnos a dejar ir sin perder.
Cuando
experimentamos pérdidas, si éstas son ofrecidas a Dios, se convierten
en momento de elevarse y caminar hacia adelante, un tiempo de sanación
con buena ganancia. Obtenemos una mayor intimidad con Dios.
El carnero que Dios nos provee es encontrado en la espesura de nuestro
dolor espinoso. Descubrimos que el verdadero sacrificio no era el que
teníamos que renunciar. Ganamos
mucho de esto, porque tratar de aferrarse a cualquier cosa que no es
Dios mismo, nos impide recibir todo aquello que Dios nos quiere dar.
Cada
vez que las ofrendas del altar se presentan durante la misa, podemos
colocar mentalmente nuestras pérdidas en la canasta de pan y la jarra de
vino. También podemos poner todo lo que tenemos miedo de perder, las
posesiones materiales a las que nos aferramos con tanto afán, y las
malas actitudes que no queremos cambiar. El sacerdote las ofrecerá a
Dios, sobre el altar, diciendo una oración de sacrificio en nuestro
nombre.
Antes
de ir a Misa, siempre debemos hacer un examen de consciencia para
identificar nuestros pecados veniales (menores). (Pecados mortales
graves o perversos, los cuales han estado asesinando nuestra relación
con Dios, necesitan la gracia de la sanación que son proveídas en el
Sacramento de la Confesión.) Durante el Acto Penitencial al comienzo de
la Misa, debemos ofrecer nuestros pecados a Dios y ponerlos mentalmente
en el altar.
Dios bendice tales sacrificios. Él está muy satisfecho cuando renunciamos a nuestra voluntad, para aferrarnos a la suya.
Reflexión de la Buena Nueva
Jueves de la 13va Semana del Tiempo Ordinario
Julio 4, 2013
Esta
reflexión fue copiada con permiso de la autora, Terry Módica, y es
utilizada bajo la responsabilidad de grupo católico Reflexiones para el
Alma de Miami Fl. Fue publicada por Ministerios de La Buena Nueva, http://gnm.org/ReflexionesDiarias/index.html,
registrada en el registro de propiedad literaria (c) 2012. Para obtener
permiso para re enviar este o imprimirlo o copiarlo, vaya a Derechos de autor
© 2012 por Terry A. Módica
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LAS BENDICIONES
"Bendigan, porque ustedes mismos están llamados a heredar una bendición" (1 Pe 3,9).
Bendíganse en todo momento,
al despedirse, al acostarse, al saludarse...
Vale
la pena recuperar la bendición en la familia. "Que Dios te bendiga,
hija. Que Dios te bendiga, hijo", Que Dios te bendiga mi nieta querida,
Que Dios te bendiga Yerno, y mi Esposo adorado, que Dios te bendiga. Juntos, como familia, celebrar los dones que Dios nos da cada día. Bendecir los alimentos, bendecir la casa, bendecir el trabajo, es rogar juntos para que, todo lo bueno que Él nos da, nos fortalezca y nos haga vivir como hijos e hijas suyos. "Bendigan, porque ustedes mismos están llamados a heredar una bendición" (1 Pe 3,9).
"Dijo
el Señor a Abram: Yo haré de ti una nación grande y te bendeciré. A
Saray, tu mujer, yo la bendeciré y de ella suscitaré naciones" (Cfr. Gén
12,1-2; 17,15-16)
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Lecturas del día:
Génesis 22:1b-19
Salmos 115:1-6, 8-9
Mateo 9:1-8
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