Cuántas veces nos equivocamos al juzgar a los demás. No conocemos la realidad de las personas, con todas las circunstancias de su vida; y sin embargo las condenamos en nuestro interior porque quizás a primera vista nos han caído mal por un detalle sin importancia. Por prudencia no te dejes llevar de reacciones instintivas.
Un anciano vendía juguetes en el mercado. Los clientes, sabiendo que tenía la vista muy débil, a veces le pagaban con monedas falsas. El anciano lo advertía, pero no decía nada. Pedía a Dios que perdonara a los que lo engañaban.
—Tal vez tengan poco dinero, y quieren comprar regalos a sus hijos –se decía.
Pasó el tiempo y el hombre murió.
Ante las puertas del paraíso, oró así:
—¡Señor! Soy un pecador. Cometí errores, no soy mejor que las monedas falsas que recibí. ¡Perdóname!
Entonces se abrieron las puertas y se oyó una voz:
—¿Cómo puedo juzgar a quien en su vida, jamás juzgó a los demás?
Jesús nos dice: “No juzguen y no serán juzgados”. No es fácil, pero con la ayuda del Señor avanzarás en esta dirección. Es más positivo elevar una oración por los que te hieren y fastidian que rumiar faltas de atención y agravios recibidos. Así conservarás la paz en tu corazón y harás algo en verdad efectivo para remediar los límites del prójimo. Que el Señor te asista.
* Enviado por el P. Natalio