Enseñando a los demás, no puedes dejar de aprender, de manera profunda y sustancial.
No puedes forzar a nadie a comprenderte.
Sin embargo intentando sinceramente comprender, lograrás ser comprendido.
La mejor manera de lograr que tu punto de vista sea aceptado, no es gritando.
Es escuchando como sabrás de qué manera hablar más efectiva y convincentemente.
La mejor manera de ayudarte a ti mismo es ayudando a los demás.
Esa hermosa paradoja es la base de la civilización en su forma más maravillosa.
Cuanto más positivamente afecte tu vida a los demás, más brillantemente se reflejará a su vez en ti.
Si te sientes un poquito deprimido, ofrece tu bondad, tu cuidado, tu tiempo y tu atención a alguien. Y haciéndolo levantarás, como mínimo, a dos personas.
Un día Thomas llegó a casa y le dio a su mamá una nota. Él le dijo a ella. “Mi maestro me dio esta nota y me dijo que sólo se la diera a mi madre.”
Los ojos de su madre estaban llenos de lágrimas cuando ella leyó en voz alta la carta que le trajo su hijo.
“Su hijo es un genio, esta escuela es muy pequeña para él y no tenemos buenos maestros para enseñarlo, por favor enséñele usted”.
Muchos años después la madre falleció, y él se convirtió en Thomas Alva Edison, uno de los más grandes inventores del siglo.
Un día él estaba mirando algunas cosas viejas de la familia. Repentinamente él vio un papel doblado en el marco de un dibujo en el escritorio. Él lo tomó y lo abrió. En el papel estaba escrito:
“Su hijo está mentalmente enfermo y no podemos permitirle que venga más a la escuela.”
Edison lloro por horas, entonces él escribió en su diario: “Thomas Alva Edison fue un niño mentalmente enfermo, pero por una madre heroica se convirtió el genio del siglo.”
La historia de una madre le inyectó seguridad y certeza a su hijo, le ayudó a creer que él lo podía todo y lo creyó con tanto amor, que creció y murió siendo un verdadero genio.
Cuando los santos muy devotos de la Virgen se ponían en comunicación con la celestial Señora por medio de la oración y la contemplación, se llenaban de afecto y emoción, y una felicidad inexplicable se apoderaba de sus corazones.
Nada hace tan feliz al buen hijo como un abrazo de su madre.
Es preciso que nuestras relaciones personales con nuestra tierna Madre del cielo sean íntimas y sinceras, pero también de una ternura y confianza como solo ellas nos pueden inspirar.
Si queremos que la más límpida felicidad se apodere de nuestra vida, vivamos filialmente y cariñosamente nuestras relaciones con María.
María, que deseemos perseverar en la oración, en la confianza y en el afecto filial.
Los cinco minutos de María
por Alfonso Milagro