(Carlos Martini).
Una anécdota que pasó en la península de Athos.
Así es como juzgaba la santidad de alguien: según el grado de ser poseído por el Espíritu.
El hombre perfecto, el hombre transfigurado era para él, el habitado todo entero por la presencia del Espíritu Santo de la cabeza a los pies.
Trata de dejar al divino Espíritu un amplio espacio en tu vida.
* Enviado por el P. Natalio
Una anécdota que pasó en la península de Athos.
Cuando alguien llegaba a la puerta de su eremitorio, el padre Serafín tenía la costumbre de observar al recién llegado de la manera más impertinente: de la cabeza a los pies, durante cinco largos minutos, sin dirigirle ni una palabra.
Aquéllos a quienes ese examen no hacía huir, podían escuchar el áspero diagnóstico del monje: “En usted no ha descendido más abajo del mentón. De usted, no hablemos. Ni siquiera ha entrado. Usted... no es posible... ¡qué maravilla! Ha bajado hasta sus rodillas...” Hablaba del Espíritu Santo y de su descenso más o menos profundo en el hombre.
Así es como juzgaba la santidad de alguien: según el grado de ser poseído por el Espíritu.
El hombre perfecto, el hombre transfigurado era para él, el habitado todo entero por la presencia del Espíritu Santo de la cabeza a los pies.
Trata de dejar al divino Espíritu un amplio espacio en tu vida.
* Enviado por el P. Natalio