“Nosotros los creyentes, cuando rezamos por nuestros muertos, nos reencontramos con ellos en una misteriosa comunión de fe, esperanza y amor. Ellos han transpuesto ya la frontera del tiempo y entrado en el ámbito de la eternidad, propio de Dios. Pero aunque hayan dejado de existir para nuestro mundo físico, siguen viviendo, con todo, en el mismo mundo espiritual en que vivimos nosotros.
Siempre que hacemos oración por ellos, los encontramos dentro del infinito abrazo con que estrecha Dios a cuantos lo aman. He aquí el motivo de por qué, quienes nos hemos abierto por la fe a un sentido cristiano de la muerte, no nos dejamos abatir por el pesimismo o la desesperación. Desde luego, cuando se produce el deceso de algún ser querido, los creyentes experimentamos, como cualquier ser humano, un profundo dolor. Nuestro corazón puede derramar lágrimas de sangre. Nuestra sensibilidad puede haber quedado destrozada. Pero en la zona más secreta del alma, la fe nos hace vivir una experiencia de paz, esperanza y gozo.
Paz, esperanza y gozo que surgen de saber con seguridad que ellos, nuestros muertos, viven. No podemos precisar cómo ni dónde, pero sabemos que viven. Así como sabemos que un día nos volveremos a encontrar definitivamente con ellos, para compartir en plenitud la existencia trascendente que ellos ya viven”. (H. Valla).
Siempre que hacemos oración por ellos, los encontramos dentro del infinito abrazo con que estrecha Dios a cuantos lo aman. He aquí el motivo de por qué, quienes nos hemos abierto por la fe a un sentido cristiano de la muerte, no nos dejamos abatir por el pesimismo o la desesperación. Desde luego, cuando se produce el deceso de algún ser querido, los creyentes experimentamos, como cualquier ser humano, un profundo dolor. Nuestro corazón puede derramar lágrimas de sangre. Nuestra sensibilidad puede haber quedado destrozada. Pero en la zona más secreta del alma, la fe nos hace vivir una experiencia de paz, esperanza y gozo.
Paz, esperanza y gozo que surgen de saber con seguridad que ellos, nuestros muertos, viven. No podemos precisar cómo ni dónde, pero sabemos que viven. Así como sabemos que un día nos volveremos a encontrar definitivamente con ellos, para compartir en plenitud la existencia trascendente que ellos ya viven”. (H. Valla).