Son entretenidas, interesantes y, con frecuencia, impresionantes, porque son historias verdaderas de vidas humanas extraordinarias. Mueven a la admiración por el testimonio de una vida santa. Animan a imitar sus ejemplos, presentándolos accesibles también al lector. Nos revelan la presencia de Dios, de su amor y de su poder en la vida de hermanos nuestros.
Leer la vida de un santo suele ser tanto o más eficaz que unos buenos ejercicios espirituales. Además, crean una comunión de sentimientos entre el santo y su admirador, que fortalecen las buenas decisiones. Te interpelan y te ves urgido a preguntarte como San Agustín: “Si éste y aquél lo pudieron, ¿por qué yo no lo podré también?”
Entre los santos hay personas de todas las profesiones, tareas y situaciones humanas. Hay sabios doctores y mendigos analfabetos, hay débiles mujeres y valientes soldados, hay reyes y labriegos, hay personas siempre fieles a Dios y pecadores que, desde sus vicios, se elevaron a gran santidad. Es enriquecedor y alentador conocer a Cristo en sus santos.
* Enviado por el P. Natalio
San Juan Pablo II
La santidad es la semejanza a Cristo que alcanza el misterio de su unión con el Padre en el Espíritu Santo: su unión con el Padre mediante el amor [...]
La santidad cristiana brota de la contemplación del Rostro de Cristo, crece a través de un proceso de formación permanente, lleva a un seguimiento de Jesús cada vez más perfecto y llega a la madurez cuando testimoniamos fielmente a Cristo y proclamamos su verdad al mundo”.