Quitando la paja del ojo ajeno

Si juzgamos que otros son indignos de nuestro perdón, estamos cometiendo un pecado mayor que el de ellos





En la lectura del Evangelio de hoy, Jesús nos advierte que no debemos juzgar. Él está hablando del pecado de pretender ser Dios cuando Él es el único que conoce lo que hay en los corazones y en las mentes y cuáles son las motivaciones de los pecadores.
Los jueces condenan a los malhechores y Dios, que es el único juez totalmente santo, se abstiene de la sentencia hasta el último momento posible. Pero tú y yo somos rápidos para condenar a la gente a todo tipo de castigos (por ejemplo: "Ella no merece mi tiempo" o "Él es el único culpable y debe solucionar este problema, no yo"). 

Sin embargo, se supone que debemos juzgar entre el bien y el mal; este es el don de discernimiento que viene del Espíritu Santo. Y se supone que debemos juzgar que un pecado es malo y que una buena acción es santa, como nos dicen Las Escrituras. Lo que nunca podemos juzgar, porque no somos omniscientes, es hasta qué punto los pecadores comprenden que lo que están haciendo está mal.
Esta advertencia de Jesús es paralela a esa parte del "Padre Nuestro" en la que pedimos a Dios que "nos perdone así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Podemos reconocer cuando otros han pecado contra nosotros y por lo tanto necesitan nuestro perdón, pero también hay que reconocer que somos pecadores y también necesitamos ser perdonados. 

Si juzgamos que otros son indignos de nuestro perdón, estamos cometiendo un pecado mayor que el de ellos: los estamos condenando a la ausencia de nuestro amor mientras nos glorificamos a nosotros mismos como superiores a ellos. Lo que es peor, nuestro orgullo está bloqueando el amor de Dios para que les llegue a través de nosotros.
Piensa en alguien que a menudo te irrita. ¡Oh, cómo nos gustaría poder cambiar a gente como esa! Queremos que se den cuenta que lo que están haciendo está mal. La verdad es que tenemos motivos egoístas: por supuesto que queremos que cambien para su propio beneficio, pero la razón por la que estamos irritados es porque los queremos cambiar para nuestro beneficio, para hacer más fácil nuestra vida - como si ellos fueran la verdadera fuente de nuestra alegría, en lugar de Dios. 

¿Cómo podemos ayudar a estas personas sin pecar contra ellas? Jesús lo explica al final de este pasaje del Evangelio. Él no nos prohíbe que reconozcamos los defectos de los demás. Él no nos dice que no quitemos la paja de sus ojos. Lo que sí dice es que debemos primero reconocer nuestra propia pecaminosidad. Entonces podemos acercarnos a ellos con humildad en lugar de superioridad.

Piensa en las diversas formas en que otros te han ayudado en tu viaje espiritual. Ahora imagina aplicar las mismas actitudes, las mismas palabras, la misma paciencia, etc., hacia cualquier persona que te podría irritar en la actualidad.
Al hacer este ejercicio mental se hace más fácil obedecer las órdenes de Cristo. Es un ensayo que puede ayudarte a manejar situaciones con la piedad de Dios, en lugar de la irritabilidad y con sus ideas sobre cómo ayudarlos. 

Reflexión de las Buenas Nuevas
Lunes de la 12da. Semana del Tiempo Ordinario
Junio 20, 2016
© 2016 por Terry A. Modica. Esta reflexión fue copiada con permiso de la autora, y es utilizada bajo la responsabilidad del grupo católico Reflexiones para el Alma de Miami, Fl.  Fuente: Good News Ministries en http://gnm.org/reflexiones-de-las-buenas-nuevas/, donde también se encuentra disponible una reflexión para los Domingos. La reflexión para los Sábados puede ser encontrada en: http://gnm.org/mirada-interior/.

Lecturas de hoy 
   
2 Reyes 17, 5-8.13-15a.18
Sal 60, (7b) 3-5.12-13
Mateo 7, 1-5

Santo del Día 

 

Beato Tomás Whitbread y compañeros

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