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Hoy finalmente, los judíos deciden matar a Jesús.
Si hemos seguido las lecturas de Cuaresma, vemos cómo ha ido in crescendo los milagros por parte de Cristo y el enojo de los judios ante ello.
El sumo sacerdote del Sanedrín (que eran los que gobernaban al pueblo) temían "hacer olas" como decimos ahora. Temían que los romanos con su gran poderío derrumbaran todo. Cristo había creado mucha expectación, la gente se arremolinaba a su alrededor. La resurrección de Lázaro convenció a muchos de que era quien decía ser: el Hijo de Dios.
Mantenían al pueblo cargado con muchas leyes, sin poder de decisión. Temían perder sus privilegios dentro del régimen que los romanos implantaron en su país. Y Cristo era una molestia.
Como buenos ciegos, no veían más allá que lo que sus sentidos les decían, no entendían la trascendencia del mensaje de Cristo, enviado de Dios.
Ahora sabemos que Cristo venció a la muerte, que resucitó y subió a los cielos. Pero en ése entonces, los judíos no lo entendían porque nadie había resucitado antes.
De igual manera, cada uno de nosotros cuando nos aferramos a nuestros sentidos, actuamos como los judios, tememos perder lo que nos ha costado conseguir con tanto esfuerzo, tememos que venga alguien más fuerte y nos robe, tratamos de vivir sin "hacer olas", sin que nos vean los demás.
Sobre todo, aquellos que hemos tenido pérdidas fuertes en la vida. Vivimos atemorizados con volver a perderlo todo.
El pueblo judío era un pueblo rescatado por Moisés de la tierra del faraón, que vivió el éxodo tan penoso, que llegó a una tierra muy difícil, que trabajó muy duro para levantarla, que soportó la tiranía de los romanos en su propio país. Era un pueblo temeroso.
Cristo menciona muchas veces: "No tengan miedo"
Hemos visto que Cristo ha tratado durante su ministerio de hacer ver al pueblo judío que son hijos de Dios, que así lo dicen las Escrituras y ellas no mienten porque son la palabra de Dios.
El mensaje de Cristo trasciende el espacio, el tiempo. Muchos creían que venía el Mesías a rescatarlos del tirano, y Cristo no da en ningún momento señas de querer iniciar una guerra contra nadie, sino que su mensaje es de amor, amor que se hace sacrificio.
El pueblo judío vivía desmembrado: unos en un país, otros en otro huyendo del tirano o de la pobreza. La primera lectura nos habla de la promesa de Dios hecha a Jacob de darle un territorio y que ahí nacerían sus generaciones.
Cristo, el Nuevo Testamento, la Nueva Alianza de Dios con la humanidad también desea reunir a su rebaño, pero no sólo se refiere a un territorio específico o un país, sino a los hijos de Dios o sea los hombres.
Dios nos llama en dondequiera que estemos. No necesitamos reunirnos en un sólo lugar o en un sólo país para ser y vivir como hijos de Dios. Esa es la universalidad de la Iglesia: somos hermanos todos en Cristo, por Cristo y con Cristo.
Cristo sacramentado nos reúne en un mismo alimento, en una misma alma y en un mismo sacrificio.
Salmo
Jr 31,10.11-12ab.13
R/. El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño
Escuchad, pueblos, la palabra del Señor,
anunciadla en las islas remotas:
«El que dispersó a Israel lo reunirá,
lo guardará como un pastor a su rebaño.» R/.
Porque el Señor redimió a Jacob,
lo rescató de una mano más fuerte.
Vendrán con aclamaciones a la altura de Sión,
afluirán hacia los bienes del Señor. R/.
Entonces se alegrará la doncella en la danza,
gozarán los jóvenes y los viejos;
convertiré su tristeza en gozo,
los alegraré y aliviaré sus penas. R/.
Esta reflexión fué realizada por Laura Aguilar para Puntadas católicas
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Oremos por
Papa FRANCISCO
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