Vivir y morir por Cristo

Morir como siervo de Dios significa que nuestras almas hacen buen uso del proceso de la muerte.


San Pablo dice en la primera lectura de hoy que mientras estamos vivos en la tierra, debemos vivir para el Señor y, cuando morimos, aún debemos continuar sirviéndolo, incluso con nuestro último aliento.
Como cristianos que se toman en serio la vida santa, ponemos gran énfasis en vivir para el Señor, pero ¿estamos listos a morir por el Señor? ¿En el servicio a los demás?
Morir por Jesús, no siempre implica martirio. Podemos debilitarnos en un asilo mientras la demencia roba nuestra capacidad de pensar y, aun así, morir santamente. Morir como servidor de Dios significa que nuestras almas hacen buen uso del proceso de morir. Cada momento de nuestra vida, incluyendo el último, debería ser vivido para la gloria de Dios y los propósitos de su Reino. Todo lo demás es desperdicio de oportunidades importantes.
Deberíamos estar felices de ir a Casa hacia el Señor. La muerte es nuestra puerta desde la tierra al cielo (lo cual incluye el purgatorio, la purificación de todo lo que quede en nosotros después de la muerte y que no pueda existir en el Reino de Dios). Pero nuestras muertes pueden significar mucho más.
Quiero que cada día haga una diferencia en su Reino. Y quiero que mi muerte haga una diferencia no menor, por lo tanto le he puesto a Él a cargo del cómo, cuándo y dónde deba suceder. Ora para que si me torno demente y ya no puedo comprender más lo que me rodea, incluso entonces, mi alma siga consciente de Dios y del llamado a orar por los demás.
Si sufrimos al morir, podemos pedir que nuestros sufrimientos se unan a la Pasión de Cristo por el bien de aquellos que aún necesitan su redención. Si no es así, podemos pedir que nuestras muertes sean tan pacíficas, sin importar cuán deteriorada esté nuestra salud, que evangelice a aquellos que la contemplan.
¿Qué pasa con las personas que no tienen esta actitud? En la lectura del Evangelio de hoy, Jesús habla sobre el pastor que busca a la oveja perdida hasta que la encuentra. Una oveja perdida es cualquiera que pertenece a Jesús, pero aún no lo está siguiendo con el resto del rebaño, o ha escapado tentada por las formas no santas del mundo. Ya que tú conoces a alguien así, recuerda la promesa de esta escritura. Ora así por esta persona: "Señor Jesús, no permitas que (nombre) muera hasta que él/ella esté lista para ser encontrada por Ti." ¡Esta oración siempre es escuchada!
Jesús seguirá buscando y llamando a esa persona. No abandonará. Tomará la iniciativa y actuará de formas que no podrás ver. Ya que tus oraciones están unidas a las oraciones del mismo Jesús, el Padre no permitirá que la muerte llegue antes que Jesús tenga a esta persona segura en sus brazos. Puede suceder al momento de la muerte o, tal vez, antes, pero sucederá.
He sido testigo de esto en mi suegro. Incluso en la nebulosa de su cerebro, debido a la enfermedad de Alzheimer, se abrió al amor de Dios durante las últimas dos semanas de vida. ¡Dios es maravilloso! ¡Siempre cumple sus promesas
Esta reflexión fue copiada con permiso de la autora, Terry Módica, y es utilizada bajo la responsabilidad de grupo católico Reflexiones para el Alma de Miami Fl. Fue publicada por Ministerios de La Buena Nueva, http://gnm.org/reflexiones-de-las-buenas-nuevas/.
 
© 2015 por Terry A. Módica
 
Reflexiones de las Buenas Nuevas           
Jueves de la 31ra. Semana del Tiempo Ordinario
Noviembre 5, 2015