Clarividencia del P. Pío

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Hoy celebramos la memoria litúrgica de un gran santo de nuestro tiempo: el Padre Pío de Pietrelcina (Francisco Forgione según su nombre de pila baustismal).

Es muy motivador iniciar esta edición con una anécdota que nos muestra tan solo una de sus facetas de santo de Dios:

Declara el padre Alessio Parente: Un día una señora me dijo: “El padre Pío es un santo”. Y me contó que su única hija había tenido una hemorragia interna y, a pesar de los esfuerzos de los doctores, no pudieron hacer nada para salvarla.

Decía: “Yo lloraba e invocaba constantemente al padre Pío”.
De pronto, lo he visto a mi costado. Me ha puesto una mano sobre mi espalda y me ha dicho: “No te preocupes, yo seré el doctor de tu hija”.
Después desapareció. En ese momento, mi hija se agitó en la cama y yo pensé que era el fin. Llamé al doctor y pudo constatar que la hemorragia había cesado. La misma mañana le dieron de alta en el hospital.
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Consta en la biografía de varios santos dedicados al ministerio de la confesión, que Dios les regaló el don de la clarividencia, por ejemplo, a san Juan Bosco y al santo Cura de Ars. Por medio de este carisma ayudaban a los penitentes a clarificar y ordenar su conciencia para recibir con fruto el sacramento del perdón. Aquí tienes una curiosa anécdota del Padre Pío.

En la primavera de 1967, en el tren del trayecto Nápoles-Foggia, se encontraron dos madres con sus respectivas hijas que iban a ver al padre Pío para confesarse.

Las dos chicas se hicieron rápidamente amigas. Maria Teresa, que ya había estado con el fraile, viendo a la otra en minifalda, le aconsejó que cambiara de ropa al llegar a San Giovanni Rotondo, porque si no el santo fraile la haría alejarse del confesionario.

Las dos chicas fueron a una tienda, y la napolitana, compró una falda larga. Pero, mirándose al espejo, dijo: “¡Si me viese mi novio, pensaría que soy un payaso!”. Al otro día, la chica de Nápoles, que estaba esperando, vio que se abría la ventanilla y oyó que le decían: “Fuera, ¡vete! Yo no confieso a los payasos”.

Con el padre Pío, los trucos no funcionaban. Ella pensaba que conformaría así al santo, pero por otro lado continuaría cediendo para agradar a su novio. A Dios no le agradan los engaños.
Por eso iluminó al santo fraile. Un refrán popular dice: “No está bien encender una vela a Dios y otra al diablo”.
Dios quiere corazones enteros y no partidos.

* Enviado por el P. Natalio

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