En un monasterio había un abad generoso.El egoísmo atrofia al hombre, que sólo en la donación generosa a los demás, encuentra su madurez y plenitud. Si te preocupas demasiado por ti mismo y tu propio entorno, si vives para acumular dinero y comodidades, no te quedará tiempo para los demás. Si no vives para los demás, la vida carecerá de sentido para ti, porque la vida sin amor no vale nada.
Jamás negaba hospitalidad a un mendigo, y daba en abundancia. Pero sucedía que cuanto más daba, más prosperaba el monasterio.
Al morir, fue reemplazado por un abad mezquino. Un día, llegó un anciano que pidió alojarse. Recordaba que una vez le habían dado hospedaje. El abad se lo negó, pues ya no podían darse ese lujo.
—Nuestra abadía no puede albergar a nadie, como cuando éramos prósperos. Ya nadie hace ofrendas. —No me sorprende –dijo el anciano– creo que se debe a que echaron a dos hermanos del monasterio. —Jamás hemos hecho eso –dijo serio el abad,
—Sí, lo hicieron –replicó el anciano– eran gemelos: uno se llamaba “Dad” y el otro “Se os dará”. Como echaron a “Dad, “Se os dará” resolvió irse también.
* Enviado por el P. Natalio
"Y por mano del ángel subió delante de Dios
la humareda de los perfumes
con las oraciones de los santos"
(Apoc. 8, 4)
la humareda de los perfumes
con las oraciones de los santos"
(Apoc. 8, 4)
En la Iglesia Católica creemos en la comunión de los santos. Esta se realiza bajo un doble aspecto: la comunión con las personas santas en la superficie de la tierra y la comunión con las personas santas que nos precedieron a la casa del Padre. Creemos que éstas pueden interceder eficazmente por nuestras necesidades en este mundo.
Nunca es un santo quien concede la gracia: Dios es el dador de todos los dones y bendiciones. Los santos solamente interceden, piden en favor nuestro como amigos nuestros que son.
También nosotros, vivamos santamente para que nuestras oraciones sean llevadas hasta Dios y escuchadas.
¡Que nuestra existencia exhale el perfume de la rectitud, justicia y amor!