Aceptarse a sí mismo



Una sonrisa amable y sincera es el pasaporte universal que facilita la entrada a muchísimos corazones.
Una sonrisa amorosa es una caricia que enciende y mantiene viva la llama de la felicidad que produce el compartir, pues nadie logra ser suficientemente feliz aislado de los demás y encerrado en sí mismo.
La sonrisa nacida en el corazón derriba barreras y construye puentes para comunicarnos con quienes necesitamos y con quienes nos necesitan.




Acéptate a ti mismo incluso frente a los demás. No tengas miedo, no te dejes paralizar por tus límites o carencias. Concéntrate, más bien en tus fortalezas. Acepta ser tú mismo ante los otros tal como eres, con tus luces y sombras. Cada cual sabe dónde le aprieta el zapato. Lee una graciosa anécdota: dos personas que se enfrentaron, cada una con su fragilidad.
Lord George Byron (1788-1824), famoso poeta inglés, era rengo. Su excesiva vanidad sufría horriblemente con ese defecto. La más pequeña alusión a su renguera lo ponía colérico y mordaz.
Cierto día la duquesa de Devonshire, que era bizca, le preguntó:
— ¿Cómo anda?
Creyendo el poeta que esta pregunta encerraba una burla a su defecto físico, respondióle ásperamente:
 — ¡Como usted ve!
Recuerda que los demás te necesitan tal como el Señor ha querido que fueras. No conviene que te pongas una máscara o representes una comedia. Anímate a ti mismo: “voy a llevarles algo especial, pues nunca se encontraron ni se encontrarán con alguien como yo; soy una persona única salida de las manos de Dios”.

Dios te valora, hazlo tú también.

* Enviado por el P. Natalio

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Cena con Jesús
Ruth miró en su buzón del correo, pero solo había una carta. La tomó y la miró antes de abrirla, pero luego la miró con más cuidado. No había sello ni marcas del correo, solamente su nombre y dirección. Leyó la carta:

Querida Ruth: Estaré en tu vecindario el sábado en la tarde y pasaré a visitarte. Con amor, Jesús

Sus manos temblaban cuando puso la carta sobre la mesa. "Porque querrá venir a visitarme el Señor? No soy nadie en especial, no tengo nada que ofrecerle..."

Pensando en eso, Ruth recordó el vacío reinante en los estantes de su cocina.
-Ay no! No tengo nada para ofrecerle! Tendré que ir a comprar algo. Bueno, compraré algo de pan y alguna otra cosa, al menos.-

Se echó un abrigo encima y se apresuro a salir. Una hogaza de pan francés, media libra de pavo y un cartón de leche...Y Ruth se quedó con solamente doce centavos que le deberían durar hasta el lunes. Aun así se sintió bien camino a casa, con sus humildes ingredientes bajo el brazo.

-Oiga, señora, nos puede ayudar, señora?

Ruth estaba tan absorta pensando en la cena que no vio las dos figuras que estaban de pie en el pasillo. Un hombre y una mujer, los dos vestidos con poco mas que harapos.

-Mire, señora, no tengo empleo, usted sabe, y mi mujer y yo hemos estado viviendo allá afuera en la calle y, bueno, está haciendo frío y nos está dando hambre, y bueno, si usted nos puede ayudar, señora, estaríamos muy agradecidos...

Ruth los miró con más cuidado. Pensó que ellos podrían obtener algún empleo si realmente quisieran.......
-Señor, quisiera ayudar, pero yo misma soy una mujer pobre. Todo lo que tengo es unas rebanadas y pan, pero tengo un huésped importante para esta noche y planeaba servirle eso a Él.

-Si, bueno, si señora, entiendo gracias de todos modos.

El hombre puso su brazo alrededor de los hombros de la mujer y se dirigieron a la salida. A medida que los veía saliendo, Ruth sintió un latido familiar en su corazón.

-Señor, espere!

La pareja se detuvo y volteó a medida que Ruth corría hacia ellos y los alcanzaba en la calle.

-Mire: por que no toma esta comida? Algo se me ocurrirá para servir a mi invitado...,
y extendió la mano con la bolsa de víveres.

-Gracias, señora, muchas gracias!

-Si, gracias!- dijo la mujer y Ruth pudo notar que estaba temblando de frío.

-Sabe, tengo otro abrigo en casa. Tome este-

Ruth desabotonó su abrigo y lo deslizó sobre los hombros de la mujer. Y sonriendo, volteó y regresó camino a casa... sin su abrigo y sin nada que servir a su invitado.
-Gracias, señora, muchas gracias!

Ruth estaba tiritando cuando llegó a la entrada. Ahora no tenia nada para ofrecerle al Señor. Buscó rápidamente la llave en la cartera. Mientras lo hacía notó que había otra carta en el buzón.

-Que raro, el cartero no viene dos veces en un día.
Tomó el sobre y lo abrió:

Querida Ruth:
Que bueno fue volverte a ver. Gracias por la deliciosa cena, y gracias también por el hermoso abrigo.Con amor, Jesús