Los niños aprenden lo que viven



Hay un refrán que dice: “La palabras mueven, los ejemplos arrastran”.
Estos dichos populares son expresión de esa sabiduría que tiene el aval de la experiencia cotidiana. Son irrefutables.
Y es la pura verdad que más que las palabras lo que mueve y conmueve a grandes y pequeños son los ejemplos que vemos. Y tanto para el mal como para el bien.
Si un niño vive con tolerancia, aprenderá a ser paciente.
Si un niño vive con aliento, aprenderá a tener confianza.
Si un niño vive entre críticas, aprenderá a condenar.
Si un niño vive entre hostilidad y discordia aprenderá a pelear.
Si un niño vive con miedo, aprenderá a ser aprensivo.
Si un niño vive con reconocimiento y estímulo, aprenderá a apreciar y a tener un objetivo.
Si un niño vive con seguridad, aprenderá a tener fe.
Si un niño vive con aprobación, aprenderá a quererse a sí mismo y a encontrar amor en el mundo.
Si un niño vive con amor y amistad, aprenderá a amar a los demás.

El ejemplo debe subrayar lo que inculcas con las palabras.
No puedes escribir con una mano y borrar con la otra.

Sólo es posible influir positivamente con la coherencia total.
Por ejemplo, ¿puede un padre o una madre orientar por el camino de la sinceridad a sus hijos, cuando manda responder a quien pregunta por teléfono: “dile que no estoy”?

* Enviado por el P. Natalio


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Un joven macilento, en harapos y descalzo se presentó en la puerta del convento atendida en aquella ocasión por santa Faustina. Era un día muy frío y lluvioso y el mendigo parecía congelado por el riguroso invierno. Pidió algo caliente para comer…

Corrió la portera a la cocina, pero no encontró nada para los pobres. Sin embargo, después de buscar un rato encontró un poco de sopa que enseguida calentó, poniendo en ella un poco de pan desmigajado.

Volvió contenta y se lo dio al pordiosero que lo comió ávidamente.
En el momento que le retiraba el tazón, una voz interior le dijo que era el mismo Jesús, Señor de cielo y tierra, a quien había socorrido. Pero en cuanto lo vio tal como es, desapareció de su vista.

Cuando se dirigía hacia el interior del convento, pensando en lo que había sucedido, oyó estas palabras en el alma: Hija mía, han llegado a mis oídos las bendiciones de los pobres que, alejándose de la puerta me bendicen y me ha agradado esta misericordia tuya dentro de los límites de la obediencia, y por eso he bajado del trono para gustar del fruto de tu misericordia.

Santa Faustina algo había presentido, cuando observando al joven se preguntaba a sí misma: ¿Qué clase de pobre es éste del cual se transparenta tanta modestia?

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