La amistad y la humildad


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Construía Sócrates una pequeña casa, en las afueras de Atenas, cuando algunas personas le preguntaron para qué serviría esa minúscula habitación.
Él contestó que era para sus amigos.
Admirados le replicaron que ahí no cabría casi nadie y entonces, con su ya tradicional y fina ironía, respondió: ¡Qué diera yo por poder llenarla!

Los amigos son así. Los puedes contar con los dedos de la mano y siempre te sobrarán dedos. Por eso tal vez no tengas muchos, pero los que tienes siempre serán suficientes para llenar tu alma. Un amigo es como la perla evangélica: cuando la encuentras, vas y vendes todo, con tal de poseerla.

Un amigo no es un hermano de sangre, sino del corazón.
Por eso un hermano puede ser tu amigo pero un amigo siempre será tu hermano.

Un amigo siempre estará ahí, aun cuando no lo necesites.
A un amigo lo necesitas porque lo quieres; no lo quieres porque lo necesitas.

Con tus conocidos hablas, con tus amigos te comunicas.
Un conocido te oye, un amigo te escucha, y lo más importante es que no te escucha con sus oídos, sino con su corazón.


Como una escoba

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El humilde reconoce a Dios como autor de todo bien. De él proviene todo cuanto tenemos y somos. Y también cuanto tiene y es nuestro prójimo.
Por eso no cabe el sentido competitivo de la vida, que está en el fondo de la actitud soberbia y envidiosa.
El que quiere sobresalir no busca tanto alcanzar una meta, sino crear distancia respecto de los otros.
Cuando Bernardita Soubirous era religiosa de las Hermanas de la Caridad, una hermana de la comunidad le enseñó una foto de los lugares de Lourdes y manifestaba la grandeza de haber sido elegida para tan gran don como es la visión de la Virgen.

Bernardita se limitó a sonreír y, con aparente ingenuidad, preguntó:
—Hermana, ¿para qué sirve una escoba?
—Para barrer.
Bernardita siguió preguntando: — ¿Y después?
—Se guarda en su sitio, detrás de la puerta.
—Así ha hecho la Virgen conmigo. Me usó y me ha vuelto a poner en mi sitio. Y yo estoy muy bien.

Santo Tomás de Aquino afirma que Cristo recomendó tanto la humildad, porque ella anula el principal impedimento para nuestra santificación.
Todas las demás virtudes derivan de ella su valor.
Sólo a ella le concede Dios sus dones, y los retira cuando ella desaparece.
Bernardita fue instrumento de la Virgen María por su humildad.

* Enviado por el P. Natalio


“La humildad podría definirse así: es una virtud que incita al hombre a menospreciarse ante la clara verdad de su propio conocimiento”.
San Bernardo