Paz, esperanza y gozo



Nosotros los creyentes, cuando rezamos por nuestros muertos, nos reencontramos con ellos en una misteriosa comunión de fe, esperanza y amor. Ellos han transpuesto ya la frontera del tiempo y entrado en el ámbito de la eternidad, propio de Dios. Pero aunque hayan dejado de existir para nuestro mundo físico, siguen viviendo, con todo, en el mismo mundo espiritual en que vivimos nosotros.

Siempre que hacemos oración por ellos, los encontramos dentro del infinito abrazo con que estrecha Dios a cuantos lo aman. He aquí el motivo de por qué, quienes nos hemos abierto por la fe a un sentido cristiano de la muerte, no nos dejamos abatir por el pesimismo o la desesperación. Desde luego, cuando se produce el deceso de algún ser querido, los creyentes experimentamos, como cualquier ser humano, un profundo dolor. Nuestro corazón puede derramar lágrimas de sangre. Nuestra sensibilidad puede haber quedado destrozada. Pero en la zona más secreta del alma, la fe nos hace vivir una experiencia de paz, esperanza y gozo.

Paz, esperanza y gozo que surgen de saber con seguridad que ellos, nuestros muertos, viven. No podemos precisar cómo ni dónde, pero sabemos que viven. Así como sabemos que un día nos volveremos a encontrar definitivamente con ellos, para compartir en plenitud la existencia trascendente que ellos ya viven”. (H. Valla). Que Cristo, “resurrección y vida”, aliente tu esperanza.

* Enviado por el P. Natalio

Pensamiento del día

“¡Seremos finalmente revestidos de la alegría, de la paz y del amor de Dios en modo completo, sin más ningún límite, y estaremos cara a cara con Él! ¡Es bello pensar esto! Pensar en el cielo…Es bello. ¡Da fuerza al alma!”
(Papa Francisco)




La muerte no es nada, sólo ha pasado a la habitación de al lado.
Yo soy yo, ustedes son ustedes. Lo que somos unos para los otros seguimos siéndolo.

Denme el nombre que siempre me han dado. Hablen de mí como siempre lo han hecho.
No usen un tono diferente.
No tomen un aire solemne y triste.
Sigan riendo de lo que nos hacía reír juntos. Recen, sonrían, piensen en mí.

Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de ninguna clase, sin señal de sombra. La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado.

¿Por qué estaría yo fuera de su mente? ¿Simplemente porque estoy fuera de su vista?
Los espero. No estoy lejos, sólo al otro lado del camino.
¿Ven? Todo está bien. No lloren si me aman. ¡Si conocieran el don de Dios y lo que es el Cielo!
¡Si pudieran oír el cántico de los Ángeles y verme en medio de ellos!
¡Si pudieran ver con sus ojos los horizontes, los campos eternos y los nuevos senderos que atravieso!
¡Si por un instante pudieran contemplar como yo la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen!

Créanme: Cuando la muerte venga a romper sus ligaduras como ha roto las que a mí me encadenaban y, cuando un día que Dios ha fijado y conoce, su alma venga a este Cielo en el que los ha precedido la mía, ese día volverán a ver a aquel que los amaba y que siempre los ama, y encontrarán su corazón con todas sus ternuras purificadas.

Volverán a verme, pero transfigurado y feliz, no ya esperando la muerte, sino avanzando con ustedes por los senderos nuevos de la Luz y de la Vida, bebiendo con embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás.

(San Agustín de Hipona)