Aprender a ser indulgentes



Para amar como Jesús nos enseñó, debemos aprender a ser indulgentes, que es “tener facilidad en perdonar las culpas ajenas”, como dice el diccionario. Es la disponibilidad y capacidad para perdonar las debilidades de nuestros prójimos una y otra vez, como le respondió Jesús a Pedro: “No siete, sino setenta veces siete debes perdonar”.

¡Qué fácilmente creemos que nos faltan nuestros prójimos, que no nos estiman, que no nos quieren! Basta ver el rostro de un amigo un poco más sombrío que de costumbre para persuadirnos de su indiferencia o de su frialdad. Sé indulgente.

Olvida las pequeñas penas que te hayan podido causar; no conserves ningún resentimiento por las palabras inconsideradas o desfavorables que se han dicho contra ti; excusa los descuidos, las ligerezas de las cuales eres víctima. Muestra un semblante amable en todas las ocasiones.

De esta manera estarás en paz con tu prójimo y practicarás de modo excelente la caridad cristiana, que es imposible practicar sin una indulgencia en todos los instantes.

Ser indulgentes siempre no es fácil. En verdad está por encima de nuestra capacidad humana.
Por eso es indispensable suplicar con humildad y constancia al Señor el don de la caridad para poder elevarnos sobre nuestros egoísmos y susceptibilidades.

Pero cuando el amor de Dios nos invade podemos “perdonar y soportar sin límites”.

* Enviado por el P. Natalio


Palabras de San Juan Pablo II

“Por medio del Espíritu Santo, Cristo renueva nuestra vida y nos hace partícipes de esa misma vida divina que nos introduce en la intimidad de Dios y nos hace experimentar su amor por nosotros (…) Es el Espíritu Santo el autor de esa paz que es fruto del amor. La paz verdadera de Cristo, infundida y vivida en los corazones bajo el impulso de Espíritu Santo”.


Dios proveerá




En una oportunidad Madre Teresa necesitaba viajar urgentemente a Roma junto a dos de sus religiosas. Llegaron al aeropuerto con sus pocas pertenencias y consultaron por el precio de los pasajes, y viendo que no les alcanzaba el dinero, las religiosas de Madre Teresa se entristecieron, pero ella les dijo "No se preocupen, que si es la Voluntad de Dios, El nos proveerá"...

Y enseguida se fueron a sentar por allí, cuando un hombre que caminaba por el pasillo reconoció a Madre Teresa.
El, cuando joven, la había conocido en unos trabajos solidarios.

Se acercó amablemente a saludarla y la invitó junto a las hermanitas a su oficina... Ahora era uno de los directores de la Aerolínea.
Le preguntó a Madre Teresa porque estaba en el aeropuerto y ella le explicó.

Inmediatamente el hombre le regaló los pasajes de avión que las tres religiosas necesitaban.