Madurando
Madurar es responsabilizarse de los propios actos. Es no disfrazar un sí o un no. Es saber decir sí cuando tengo deseos de hacerlo y decir no cuando mis ganas quieren decir no. Ser maduro es hacer lo más adecuado. Es poner límites porque el límite también es amor. Ser maduro no es sólo crecer en edad, sino sobre todo en experiencia y sabiduría.
De la vehemencia y el entusiasmo deben surgir la paz y la serenidad.
Del optimismo, la esperanza.
De la risa fácil y de la alegría ruidosa, el apacible y agudo sentido del humor.
De la capacidad de asimilación ha de nacer la riqueza interior.
El ímpetu y el vigor deben producir la paciencia y la dulzura.
La búsqueda inquieta de la felicidad ha de concluir en el aprecio y la armonía con todo lo que nos rodea.
De la fe en los demás hemos de llegar a la indulgencia y la comprensión de todos.
De la alegría de vivir hay que sacar el gozo de haber vivido.
De la necesidad de amar y ser amado tiene que surgir la derrota de todos los egoísmos y un amor, al fin, plenamente desprendido (
José Martín Descalzo).
Un signo de madurez es aceptar la realidad y poseer suficiente solidez y equilibrio para vivirla. La persona madura es objetiva: sabe valorarse a sí mismo sin dejar de valorar a los demás. Es capaz de tomar una decisión y sostenerla. Madurez es el arte de vivir en paz con lo que no se puede cambiar. Ejercítate en la sabiduría de “poner los pies sobre la tierra”.
* Enviado por el P. Natalio
Definitivamente pobre no es quien posee poco, sino quien ambiciona más de lo que necesita. No nos dejemos esclavizar por el tener. No nos apeguemos, ni pongamos nuestro corazón en las posesiones materiales, lo único verdaderamente importante y enriquecedor es el ser, no el tener.
Lo ideal es: ser feliz, ser dichoso, ser exitoso, ser optimista, ser positivo, ser generoso, ser noble, ser comprensivo, ser tolerante, etc.
Todas las cosas que podamos llegar a “tener” no nos servirán de nada a la hora de partir de este mundo, ni tampoco las podremos llevar con nosotros.
En cambio, todo lo que hayamos llegado a “ser”, constituirá el capital espiritual que nos revestirá de méritos para definir el lugar al que irá nuestra alma en el momento de terminar el recorrido en este mundo.