Un signo de madurez es aceptar la realidad y poseer suficiente solidez y equilibrio para vivirla. La persona madura es objetiva: sabe valorarse a sí mismo sin dejar de valorar a los demás. Es capaz de tomar una decisión y sostenerla. Madurez es el arte de vivir en paz con lo que no se puede cambiar. Ejercítate en esta sabiduría.
El error fundamental del hombre consiste en vivir entre sueños y ficciones.
En cambio, el capítulo primero de la sabiduría consiste en mirar todo con los ojos abiertos, permanecer sereno y sin pestañear ante las asperezas de la realidad, aceptándola como es.
La vida del hombre sabio deberá ser un constante pasar de las ilusiones a la realidad, de la fantasía a la objetividad. Necesitamos declarar la guerra a los ensueños, desplumar las ilusiones y avanzar hacia la serenidad.
(Ignacio Larrañaga).
Michel Quoist en “Triunfo” afirma: «Hay quienes “no tienen los pies sobre la tierra”, sencillamente vuelan.
Vuelas, cuando consideras tus sueños como realidad; cuando pasas el tiempo concibiendo planes que jamás realizas; cuando no te adaptas a las personas y a las cosas. Soñar tu vida no es vivirla».
Acepta tus límites y cultiva tus fortalezas.
* Enviado por el P. Natalio
Uno de esos días es ayer. Ayer, con sus equivocaciones y pesares, sus faltas y confusiones, sus dolores y tristezas.
Ayer ha pasado para siempre, fuera de nuestro control; y todo el dinero del mundo no podría cambiar ni una cosa que hayamos hecho, ni podemos borrar una palabra. Ayer ya pasó.
El otro día sobre el que no debemos de preocuparnos es mañana. Mañana, con sus posibles adversarios, sus problemas, sus promesas grandes y sus pequeños logros.
Mañana volverá a salir el sol, ya sea en esplendor o detrás de una máscara de nubes, pero subirá. Hasta que llegue no tenemos parte en mañana, pues aún no ha nacido.
Y sólo queda un día: HOY. Cualquier hombre puede pelear la batalla de un solo día.
Cuando nos cargamos con esas horripilantes eternidades, el Ayer y el Mañana, nos derrumbamos.
No es la experiencia de hoy lo que lastima a los hombres, sino la amarga culpa, algo que sucedió ayer, y el miedo de lo que traerá el mañana.
Vivamos pues, tan sólo un día a la vez, y dejemos confiadamente a Dios todo lo demás.
(Papa Francisco)