Viviendo en la Presencia de Dios

«El demonio es como un perro rabioso atado a la cadena;
no puede herir a nadie más allá de lo que le permite la cadena.
Mantente, pues, lejos. Si te acercas demasiado te atrapará»

(Santo Padre Pío)

La capacidad de vivir siempre en la presencia de Dios, es el fundamento de la vida espiritual. Es un hecho incuestionable, que siempre estamos en la presencia de Dios. “En Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17:28).

Pero, debemos ser conscientes de esta presencia divina. Si realmente vivimos todo el tiempo en la presencia de Dios, podremos evitar el pecado, practicar la virtud y disfrutar de la estrecha amistad de Dios. 
¿Cómo podemos ofender a Dios, nuestro Creador, Redentor y Juez, si recordamos que estamos siendo vigilados por Él?

Si reflexionamos sobre la presencia de Dios”, dice Santo Tomás de Aquino, “casi nunca pecaremos” (Opusc 58,2). “Si nos mantenemos siempre en la presencia de Dios”, escribe san Juan Crisóstomo, “no pensaremos en el mal, ni hablaremos ni haremos el mal” (Hom 8 ad Phil 2).

Cuando estemos siempre conscientes de la presencia de Dios y nos demos cuenta de que Él es la verdad, la bondad y la belleza absolutas, seremos movidos a amarlo e imitarlo.Andad en mi presencia y sed perfectos” (Gn 17,1). Porque Dios es nuestro único bien verdadero, procuraremos, por todos los medios a nuestro alcance, vivir cerca de Él y ofrecerle todos los pensamientos, deseos y acciones de nuestro día.

Los escasos momentos de oración formal no nos bastarán entonces, sino que anhelamos estar en constante comunicación con Dios. Cuando el agua hirviendo se aleja del fuego, pierde gradualmente su calor. Lo mismo ocurre con nosotros, observaba san Juan Crisóstomo, cuando nos alejamos de nuestra conciencia de Dios.

Debemos vivir en Su presencia todo el tiempo y debemos revisarnos de inmediato, si notamos que nos estamos alejando de este ideal.

Los maestros de la vida espiritual nos aconsejan la mejor manera de cultivar la conciencia de la presencia de Dios (Cf San Alfonso de Ligorio, Al Divino Servizio, III, 3).

Esto se puede hacer empleando el intelecto para formar el concepto de la cercanía de Dios y empleando la voluntad para ofrecerle a Él, a nosotros mismos y todo lo que nos rodea, con actos de humildad, adoración y amor. El intelecto, iluminado por la fe, nos dice que Dios está en todas partes, “¿No lleno yo el cielo y la tierra? dijo el Señor” (er 23:24).

Deberíamos verlo en todas Sus creaciones que reflejan Su gloria eterna. “Aprended a amar al Creador en la criatura”, dice san Agustín, “para que no os apeguéis a las cosas creadas y perdáis así a Aquel por quien, vosotros mismos fuisteis creados” (In Px 18).

Cuando deseamos revivir, en nuestras mentes, un sentido de la presencia de Dios, no debemos imaginarlo como un Ser distante sino, como nuestro propio Dios, que condescendió a morar dentro de nosotros. 

Entonces debemos escuchar sus inspiraciones y humildemente venerar su Divina Majestad, que reside en nuestras almas. “¿No sabéis”, dice San Pablo, “que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Corintios 3:16).

Dios está en todas partes pero habita de manera especial en nuestras almas. Sin embargo, nos resulta difícil vivir con la mente constantemente concentrada en Él. Si pudiéramos hacerlo, sería un anticipo de la felicidad de los Bienaventurados del Cielo.

Pero debemos tener una intención habitual, que debemos renovar con la mayor frecuencia posible, de vivir en la presencia de Dios y de ofrecerle todos nuestros deseos y acciones. Entonces, toda nuestra vida será una oración continua de gran valor a los ojos de Dios.

Mi querida Madre María, tú que viviste en la íntima presencia de Dios, obtén para mí también esta gran gracia, para que pueda evitar el pecado, hacer el bien y amar a Dios en la tierra, con la esperanza de gozar de Él para siempre en el Cielo.
Ayúdame a vivir como tú lo hiciste.
Ayúdame a recordar conscientemente la presencia Divina en mi alma y ofrecerle todo lo que soy y hago.
Ayúdame a amar a nuestro buen Dios, cada vez más. Amén.


Antonio Cardenal Bacci

Anota tus bendiciones
Escribir brevemente lo que te gratifica, lo que te da satisfacción y contento cada día, agradeciéndolo al Señor, trae sus beneficios. Lo puedes hacer semanalmente, preguntándote: “¿qué es lo que más me alegró en estos últimos días, lo que me hizo sentir realizado?”. He aquí algunas ventajas para que lo intentes:
  • Favorece el valioso hábito de concentrarte en lo positivo y apreciarlo cada vez más. Releer este material ayuda mucho en los momentos de baja autoestima, porque te da una perspectiva de esperanza. 
  • Te recuerda que también esa situación penosa pasará. Lo negativo y frustrante adquiere su verdadera dimensión parcial. 
  • Comprendes que incluso esto puede abrirte a brillantes oportunidades. Al recordar ese cúmulo de logros y fortalezas se incentivan las buenas ideas, se amplía el horizonte y te sientes alentado a perseverar en aquello que te dio alegría y satisfacción.
Te sugiero algunos ejemplos: una decisión en la que persistes desde hace varias semanas; un trabajo concluido; una lectura que disfrutaste; una carta esperada que te alegró mucho; una compra que hiciste de algo especialmente deseado; una conversación interesante con un amigo, etc. 

Que sepas recordar, con acción de gracias, las bendiciones que Dios te regala cada día.
(P. Natalio)


Dios de misericordia, nos has llenado con la esperanza de la resurrección al restaurar al hombre a su dignidad original.
Que nosotros, que cada año revivamos este misterio, vengamos a compartirlo en el amor perpetuo.
Que la Madre de Nuestro Señor nos acompañe mientras miramos hacia arriba a su Hijo y que la oración sea un apoyo en nuestras tribulaciones.
Concédelo por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.