Deja de condenarte


En paz consigo mismo 

¿Eres
más duro contigo mismo de lo que debes ser? ¿Eres lento en perdonarte?
¿Te sientes culpable por pecados y otros fracasos que tuviste en el
pasado? La auto-condenación roba nuestra alegría.

Y la primera lectura de hoy la restaura enseñándonos cómo alentar nuestros corazones cuando nos sentimos culpables.

Dice que sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, de la maldad a la
santidad, del dominio del diablo al reino de Dios, a causa del amor que
tenemos para los demás.
No es perfecto todavía, pero podemos estar seguros que este amor es verdadero cuando se expresa en obras buenas.


Si hay alguien quien tú piensas que no amas (¿un ex-cónyuge quizás?),
considera esto: ¿Estarías dispuesto a hacer una buena obra para esa
persona? (Orando por ellos cuenta como una buena obra). Entonces la
verdad es que: Tienes amor y permaneces en Cristo.

Dios no te condena, y por lo tanto tú tampoco lo debes hacer cuando das amor imperfectamente.

La parte final de esta escritura tiene una llave muy importante para la santidad:
Tenemos "la confianza en Dios" si y cuando nos permitimos dejar de condenarnos.
Debemos mirar a la verdad acerca del centro de nuestra santidad:



El Espíritu Santo habita dentro de nosotros, y a causa de esto tenemos un deseo innato para ser santo.
Por lo tanto, pertenecemos a la verdad, es decir, pertenecemos al
Espíritu de la Verdad. Y si pertenecemos al Espíritu de Dios, nosotros
tenemos su capacidad sobrenatural para hacer las decisiones santas, aun
cuando somos tentados a pecar.


El pecado es natural; la santidad es sobrenatural pero es nuestra naturaleza verdadera a causa de nuestro bautismo.
Mirando lo que es bueno en nosotros en vez de centrándonos en nuestros
fracasos, nosotros podemos adquirir confianza en nuestra propia
capacidad de ser santos, porque sabemos que es Dios quien nos da esa capacidad. Y esto lo hace más fácil de reconocer y depender de la ayuda de Dios para ser santos.

¿Jesús no vino a condenar el mundo, recuerdas? Vino a salvarnos del pecado y su destrucción, y él vino a redimir nuestra maldad y transfigurarnos en santos.

Los que queremos ser santos nunca somos condenados por él, ni siquiera
cuando retrocedemos en las mismas pautas pecadoras de antes. Cuando
fallamos en vivir como las personas santas que su Espíritu Santo nos
permite ser, él no es feliz, él no aprueba lo que hacemos, y nos pide
que "no pequemos más". Pero antes de que nos condene, nos ayuda.

El amor de Dios nunca es retenido, nunca es condicional, nunca está basado
en cuán santo somos. Su amor es basado en su propia santidad perfecta. Y
su ayuda es basada en nuestras necesidades y nuestro consentimiento
para ser ayudados.


Negarnos a perdonarnos es igual que decir que Dios no supo lo que hacía cuando Jesús fue crucificado. Es decir que Dios debe negarse a perdonarnos y
que es estúpido por amarnos incondicionalmente. ¡Ahora, no suena eso
ridículo!

Eres el amado de Dios:
Ten la confianza en su capacidad y su deseo de ayudarte a vivir en la
realidad de su santidad. Esto te autorizará a dar a luz a Jesús más
completamente en el mundo por la manera en que vives tu vida.

Reflexión de Las Buenas Nuevas
Jueves 5 de enero, 2012

Memorial del día: San Juan Nepomuceno
Esta reflexión fue copiada con permiso de la autora, y es utilizada con permiso bajo la responsabilidad de grupo católico
Reflexiones para el Alma de Miami Fl.  Fue publicada por Ministerios de
La Buena Nueva
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en el registro de propiedad literaria (c) 2010.  Para obtener permiso
para reenviar este o imprimirlo o copiarlo, vaya a Derechos de autor
Terry A. Módica

Lecturas del dia:



1 Juan 3:11-21

Salmo 100:1b-5

Juan 1:43-51

Lleven con ustedes todas las armas de Dios, para que puedan resistir las maniobras del diablo
12. Pues
no nos estamos enfrentando a fuerzas humanas, sino a los poderes y
autoridades que dirigen este mundo y sus fuerzas oscuras, los espíritus y
fuerzas malas del mundo de arriba.
13. Por
eso pónganse la armadura de Dios, para que en el día malo puedan
resistir y mantenerse en la fila valiéndose de todas sus armas.