Es triste cuando los detalles prácticos de proporcionar la comunión a congregaciones grandes hacen necesario utilizar hostias planas de oblea para la cena pascual, porque no se parece mucho a un pan. En los años tempranos, los cristianos celebraban la Cena del Señor con pan que parecía pan y ellos trozaban sus propios pedazos después de que lo consagraban y se convertía en el Cuerpo de Cristo. Nos hemos olvidado de parte del rico significado detrás de compartir el "pan" de la Eucaristía.
Por las oraciones de consagración, Jesús viene a nosotros completamente, con toda su humanidad y divinidad, en una forma que lo podemos tocar; Lo podemos tener; Lo podemos besar; Lo podemos consumir en nuestros ser físico, y ahora así unidos a él, nosotros somos consumidos por él y nuestras vidas llegan a ser su vida (asumiendo que nosotros no rechazamos esa vida en el momento que salimos de la puerta). ¡Tal encuentro con Dios nos debe cambiar cada vez!
¿Por qué entonces cada católico que recibe (bien recibida) la Comunión no sale de la Santa Misa transformado? Puesto que nosotros hemos recibido la plenitud de Jesús mismo, parece que por muy poco que hayamos puesto atención, debemos ser más santos de cuando entramos.
Antes que Jesús distribuyera el pan de Pascua a sus discípulos, él lo rompió. Fue el pan roto que dio cuando dijo, "Tomen y coman. Este es mi cuerpo, que será entregado por ustedes". Somos, de hecho, transformados cuando nos damos cuenta de que nos unimos al quebrantamiento de Cristo.
Fue en ese quebrantamiento de Cristo que nos libero del mal. Por lo tanto, es en nuestro quebrantamiento que nuestra humildad nos une a Cristo, es en nuestro quebrantamiento que llegamos a ser libres del poder del mal. Un espíritu roto está listo para depender de Dios en vez de en uno mismo. Un corazón roto necesita el amor que ningún humano, más que el Jesús divino, es suficientemente perfecto para dar. Una familia rota es herida para siempre a menos que Jesús llegue a ser el centro de la vida de cada persona, y cuando deseamos reconciliación pero la otra persona se niega, nosotros entregamos nuestros corazones rotos al amor perfecto del único que nos puede curar.
Reconocer nuestro quebrantamiento es lo que inicia el cambio dentro de nosotros. Aceptar la bendición de nuestro quebrantamiento es lo que autoriza el cambio. Y ofrecer nuestro quebrantamiento al Señor - para ser utilizado en el servicio amoroso para los demás - como Jesús - es lo que completa la transformación.
Esto es lo que significa recibir verdaderamente a Jesús, el pan de nuestra vida, en la Eucaristía.
Reflexión de Las Buenas Nuevas
Martes de la Tercera Semana de Pascua
24 de abril, 2012
Esta reflexión fue copiada con permiso de la autora, Terry Modica, y es utilizada bajo la responsabilidad de grupo católico Reflexiones para el Alma de Miami Fl. Fue publicada por Ministerios de La Buena Nueva, http://gnm.org , registrada en el registro de propiedad literaria (c) 2012. Para obtener permiso para re enviar este o imprimirlo o copiarlo, vaya a Derechos de autor
2012 por Terry A. Modica