Amar y creer incondicionalmente






     

En la lectura del Evangelio de hoy, Jesús nos da ese mandamiento tan familiar de amar a Dios con todo nuestro ser, y amar a nuestro prójimo como nos preocupamos por nosotros mismos. Amar a Dios y creer en Dios están cercanamente unidos. Nuestra fe en Dios se prueba en cómo nos amamos, NO por las palabras que decimos. Las palabras sólo prueban que tenemos cuerdas vocales.

Cada domingo en la Misa, repetimos el Credo, un resumen de nuestras creencias cristianas. ¿Pero realmente creemos en lo que decimos que creemos? Por ejemplo, si verdaderamente creemos que Dios es Padre de todos, esta verdad se revela en nuestro respeto y amor por cada persona - aún no-cristianos y malhechores - porque Él los ha creado a ellos y se preocupa por ellos también.

Si realmente creemos que Jesús es verdadero Dios del verdadero Dios, lo amamos tanto que nos aferramos a cada Palabra que pronuncia en las escrituras, ansiosamente aprendemos de su ejemplo, y lo seguimos a todas partes, confiando en El totalmente donde quiera que nos conduzca.
Si verdaderamente creemos que a través de Él fueron hechas todas las cosas, cuidamos a toda la creación. En nuestro amor a Dios somos buenos administradores del mundo natural (reciclamos, utilizamos alternativas "verdes", reducimos la contaminación, etc.), y de las relaciones que Él ha forjado en nuestras vidas, de los talentos que nos ha dado, del tiempo que nos ha asignado aquí en la tierra, y de la habilidad que Él nos ha dado para ganarnos nuestro dinero, y que nos ha pedido que compartiéramos generosamente.

Si verdaderamente creemos que por nosotros y por nuestra salvación, Jesús bajó del cielo y se hizo hombre, amamos a Jesús como al más cercano y amado hermano, y tratamos a todos sus/nuestros hermanos y hermanas de la manera que deseamos que Jesús nos trate a nosotros.
Si verdaderamente creemos que Jesús sufrió, murió y fue sepultado pero luego ascendió en cumplimiento de las Escrituras, abrazamos nuestras propias cruces con esperanza, creyendo que, siguiendo a Cristo, al final experimentaremos una gloriosa resurrección.

Si verdaderamente creemos en el Espíritu Santo como dador de vida, apreciamos la vida que Dios no dio y nos damos cuenta que somos importantes. También valoramos como preciosa la vida de cualquier otra persona, incluyendo los bebés no nacidos, los discapacitados, los ancianos, e incluso los criminales dementes.

Si creemos en una Iglesia santa, católica y apostólica, nos amamos tanto a nosotros mismos y a nuestros vecinos que deseamos crecer en santidad y así convertirnos en más cariñosos. Tratamos a todos los cristianos como miembros importantes del Cuerpo de Cristo, honrándolos y respetándolos, aun cuando no podamos ver su santidad. Y apreciamos nuestras vocaciones personales como apóstoles, sirviendo activamente a Dios, trayendo su amor y verdad al mundo en el que vivimos.
El Credo completo está lleno de razones para expresar nuestro amor a Dios, a nosotros mismos, y a nuestros vecinos. Reflexiona en esto antes de recitar el Credo en Misa este fin de semana. 

Reflexión de la Buena Nueva
Jueves de la 9na. Semana del Tiempo Ordinario
Junio 6, 2013
 

                     
Esta reflexión fue copiada con permiso de la autora, Terry Módica, y es utilizada bajo la responsabilidad de grupo católico Reflexiones para el Alma de Miami Fl. Fue publicada por Ministerios de La Buena Nueva, http://gnm.org/ReflexionesDiarias/index.html, registrada en el registro de propiedad literaria (c) 2012. Para obtener permiso para re enviar este o imprimirlo o copiarlo, vaya a Derechos de autor
© 2012 por Terry A. Módica
               
LAS BENDICIONES
"Bendigan, porque ustedes mismos están llamados a heredar una bendición" (1 Pe 3,9).
Bendíganse en todo momento,
al despedirse, al acostarse, al saludarse...
               

Vale la pena recuperar la bendición en la familia. "Que Dios te bendiga, hija. Que Dios te bendiga, hijo", Que Dios te bendiga mi nieta querida, Que Dios te  bendiga Yerno, y mi Esposo adorado, que Dios te bendiga. 

Juntos, como familia, celebrar los dones que Dios nos da cada día. Bendecir los alimentos, bendecir la casa, bendecir el trabajo, es rogar juntos para que, todo lo bueno que Él nos da, nos fortalezca y nos haga vivir como hijos e hijas suyos.

"Bendigan, porque ustedes mismos están llamados a heredar una bendición" (1 Pe 3,9).
"Dijo el Señor a Abram: Yo haré de ti una nación grande y te bendeciré. A Saray, tu mujer, yo la bendeciré y de ella suscitaré naciones" (Cfr. Gén 12,1-2; 17,15-16)

  
               
Lecturas del día:

Tobías 6, 10-11; 7, 1.9-17; 8, 4-9ª
Sal 128, 1-2.3.4-5
Marcos 12, 28-34
 
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