La regla de oro de las grandes religiones es el amor al prójimo. En el libro de Tobías el anciano ciego, sintiendo cercana la muerte, dio preciosos consejos a su hijo. Entre ellos se destaca: “No hagas a nadie lo que no te agrada a ti”. Norma fundamental y obvia, pero tantas veces transgredida por egoísmo o inconsciencia.
“No tenemos, ni queremos tener otros medios para vencerlos que el amor. Jamás emplearemos contra ustedes la violencia. Por medio del amor, a ustedes, que son nuestros enemigos, los convertiremos en amigos.
A la capacidad de ustedes de hacernos sufrir, opondremos la nuestra de soportar el sufrimiento. Póngannos en la cárcel, y los seguiremos amando. Quemen nuestras cosechas, y los seguiremos amando.
Aterroricen a nuestros hijos, y los seguiremos amando. Envíennos gente que nos apalee, y los seguiremos amando. Llegará un día en que se avergonzarán de su propia violencia. En ese día nos darán libertad y lograrán la de ustedes, porque se habrán librado del odio. En ese día se alcanzará una doble victoria” (Martin Luther King).
En una humanidad dividida por guerras y discordias, pidamos al Señor, que las luchas se apacigüen y crezca el deseo de la paz, que los enemigos vuelvan a la amistad, que los adversarios se den la mano y los pueblos busquen la unión, que el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza.
La paz, recuerda, comienza con una sonrisa.
* Enviado por el P. Natalio
Palabras del Santo Padre Pío
“No ceso de implorar a Jesús sus bendiciones para vosotros
y de pedir al Señor que os transforme enteramente en él [...]
Soy todo de todos y de cada uno.
Cada uno puede decir: ¡El Padre Pio es mío!"
Meditaciones de “Pequeñas Semillitas”
En Italia, un sacerdote exorcista me contó que un día un joven en gran dificultad vino a verle, estaba desesperado. No solamente se sentía físicamente enfermo, sino también espiritualmente atormentado. Se había entregado a prácticas de ocultismo, sin mencionar la droga, el alcohol y otras cosas nocivas.
Pero el sacerdote ocupado en otro caso difícil no pudo interrumpir su trabajo para atender al joven. Sin embargo al verlo en sufrimiento no quiso dejarlo partir desilusionado. Pensó así en la imagen de la Virgen de la Medalla Milagrosa de su iglesia. Ella tiene las manos abiertas y de sus dedos brotan rayos que representan las gracias que da a quienes se la piden. Entonces le dijo: « Ve a rezar frente a la estatua viéndola siempre a los ojos. Ella es la Madre, ella te ayudará.»
El joven fue a arrodillarse ante la Virgen y le confió su desgracia, mirándola a los ojos. Enseguida sintió que un gran alivio le llegaba a través de la mirada de la Virgen. Jamás en su vida había sentido tan grande ternura maternal. Lleno de alegría se quedó largo tiempo frente a Ella. Era como si un bálsamo penetrara todo su cuerpo, su corazón, su alma. Cuando salió de ahí se sintió sano y liberado de sus males