Espíritu de pureza y penitencia

«La oración es para el alma, lo que el alimento es para el cuerpo»
San Vicente de Paul


San Luis Gonzaga es uno de los modelos destacados de santa pureza, tanto para jóvenes como para mayores. Se nos dice que cuando tenía nueve años y fue a la ciudad de Florencia, fue a la Iglesia de la Annunziata, a rezar ante la imagen de la Santísima Virgen. Fue entonces cuando experimentó el deseo ardiente de consagrarse a Dios. Era el hijo mayor del príncipe Fernando de Gonzaga y, por tanto, heredero del título de su padre. Pero, a partir de este momento, se decidió a pasar su vida al servicio de Dios. Hizo voto de castidad perpetua y se puso bajo la protección de la Santísima Virgen. Ahora, su vida se convirtió en un ascenso continuo hacia la perfección. Su castidad, que había ofrecido a Nuestra Señora, permaneció inmaculada hasta su muerte.

El espíritu del mal no pudo hacer ningún progreso contra su virtud angelical. Esta fue una gracia que mereció como resultado de sus oraciones y penitencias. A menudo pasaba tres o cuatro horas arrodillado en oración y contemplación. Incluso por la noche, se levantaba de su cama para orar. Su mente y corazón estaban en el cielo, en lugar de en la tierra. Su oración fue una conversación íntima con Jesús, María y los Santos. Aunque era inocente, practicaba severas mortificaciones. Creyéndose un gran pecador, azotó su cuerpo hasta que la sangre fluyó libremente y se privó de alimento y sueño. ¿Deseamos conservar nuestra pureza y convertirnos en santos? Si es así, recordemos que sin oración y mortificación, esto es imposible.
Jesús dijo a sus discípulos “que deben orar siempre y no desmayar” (Lc 18,1) “Orad”, dijo de nuevo, “para que no entréis en tentación” (Lc 22,40) y además, “si no arrepentíos, todos pereceréis” (Lc 13, 5).

Se podría decir que la vida de San Luis Gonzaga fue un milagro de pureza y de heroica penitencia. La fuente de su santidad fue el amor ardiente de Dios que acarició desde su niñez. Amaba a Dios sobre todas las cosas y con todas sus fuerzas. Por eso, las largas horas de oración eran para él un gozo, el servicio de Dios en la Compañía de Jesús era su principal anhelo y, la mortificación, era una ofrenda de amor, que hacía en expiación de los pecados de los hombres. El corazón de San Luis, no estaba cerrado a los hombres por su supremo amor a Dios.

Su amor a Dios, se desbordó, en un inmenso amor por sus semejantes. Finalmente cayó víctima de su propia caridad heroica. Cuando solo tenía veinticuatro años, se dedicó con tanta seriedad al cuidado de aquellos que habían sido azotados por la peste, que contrajo la infección y murió en paz. En sus momentos finales, sonrió y anunció que estaba feliz de dejar el mundo.

¿Deseamos merecer una muerte tan pacífica y santa como ésta? Imitemos a San Luis viviendo en adelante una vida de pureza, aunque no siempre hayamos sido tan fieles como él en este sentido. Imitemos también, su amor a Dios y al prójimo, su espíritu de penitencia y su fervor en la oración.

San Luis, alcánzame de Dios, por intercesión de la Santísima Virgen, la pureza de vida, el espíritu de penitencia y de oración y un gran amor a Dios y al prójimo, ahora y en todos los días que me quedan aquí abajo, para que pueda unirse a ustedes para alabar a Dios por toda la eternidad. Amén."
Antonio Cardenal Bacci


“Transforma mi vida”

Hoy te presento una oración que te ayudará a derramar los afectos de tu corazón ante el Señor, tus deseos y búsquedas, y un humilde pedido de perdón. Es una oración que surge de nuestra realidad que tiene sombras y luces, retraimientos y energías. Ha sido redactada por Mons. Víctor Fernández en su libro “Un estímulo para cada día”.

Señor, tú conoces mis vanidades y mis egoísmos, pero sabes que deseo entregarme más. Quiero penetrar un poco más en tu amistad y en tu camino. Por eso te pido que recibas el humilde ofrecimiento de mi vida, para que tú la transformes. Te entrego, Señor, mis esfuerzos y mis trabajos, mis cansancios y mis intentos. Sabes que todo tiene manchas, pero te lo entrego, para que sanes lo que no te agrade y bendigas lo que te glorifique.

Toma mis pensamientos y afectos, mis búsquedas y mis deseos. Derrama la claridad de tu luz para que utilice mejor las capacidades que me regalaste y para que mi energía no se desgaste en metas egoístas. Toma todo mi ser, Dios mío, y manifiesta en mi vida tu gloria. Amén.

Esta plegaria es adecuada para conocerte con sinceridad y profundidad, porque te ofrece una percepción clara de sentimientos y estados de ánimo difíciles de expresar y que por eso pasan a veces desapercibidos. Es bueno sondear estos repliegues para modelar tu vida con absoluta fidelidad a la voluntad de Dios. Que el Señor te asista y proteja.
(P. Natalio)

Oh Dios, que hiciste gloriosa a tantos santos por su notable caridad hacia los pobres; concede, por su intercesión y ejemplo, que tu caridad crezca continuamente en nuestros corazones.
Por Jesucristo, tu Hijo nuestro Señor, que vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén