La vida eucarística

«Desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, la historia de los siglos y de los tiempos nos enseña cuánto aprecio han merecido todos aquéllos que han puesto el cimiento a alguna obra benéfica a la humanidad»
Manuel Belgrano


La Eucaristía en nuestra vida espiritual podría compararse con el sol en la vida física del mundo. El sol da luz, calor y vida.
¡Podemos imaginar lo terrible que sería si el sol se pusiera una tarde y nunca volviera a salir!

La oscuridad envolvería la tierra una vez más como al principio de la creación. El frío se volvería implacable y la vida se extinguiría gradualmente por todas partes. Los hombres podrían, por algún tiempo, depender de sus reservas de luz artificial para iluminar su progresiva agonía, pero la vida declinaría lentamente, hasta que terminaría en la muerte para todo y para todos.

 Así sería la vida espiritual sin Jesús, especialmente sin Jesús en la Santísima Eucaristía, que vive entre nosotros como nuestro único y verdadero Amigo, que nos escucha, nos ayuda y nos nutre.

Él es el sol de nuestras almas, la fuente de nuestra iluminación, fervor y consuelo. ¿Estamos cansados ​​y desanimados bajo el peso de nuestra cruz diaria y de nuestros pecados? Vayamos a Jesús y Él nos ayudará a llevar nuestra cruz. Él lavará nuestros pecados y nos dará la fuerza sobrenatural, para nunca volver a pecar.

Unámonos a Jesús, por la Comunión frecuente, por una visita diaria a Él en el Sagrario y, haciendo una comunión espiritual cuando no podamos recibirlo en la Santísima Eucaristía. Hagamos aspiraciones fervientes, siempre que encontremos nuestra cruz demasiado pesada para nosotros o cuando seamos fuertemente tentados. Muchas personas realizan largas peregrinaciones a Santuarios famosos, como Lourdes, Fátima y los Santos Lugares de Palestina. Estos ciertamente valen la pena, pero no debemos olvidar que el santuario más grande de todos está muy cerca.

Está en cada Iglesia que contiene a Jesús en el Sagrario. Aquí tenemos al mismo Jesús, realmente presente y deseoso de escucharnos y ayudarnos. Los Santos no podrían encontrar mayor alegría en la tierra que orar ante el Santísimo Sacramento.
¡Todos estamos llamados a ser santos!

La vida eucarística, que es vida de unión con Jesús, especialmente por medio de la Comunión diaria, nos transforma y nos santifica.
Conserva y aumenta en nosotros la gracia que es la vida sobrenatural del alma. La Eucaristía, por sí misma, no otorga gracia porque es un Sacramento de vivos.

Es nuestro alimento y el alimento no se da a los muertos sino a los vivos.
Por esta razón, debemos recibir la Sagrada Comunión libres de la mancha del pecado.
La Eucaristía, además, perdona los pecados veniales, nos fortalece en nuestra resolución y aumenta nuestra caridad.

El pecado venial, es una enfermedad del alma.
Así como la comida natural destierra la apatía y la vulnerabilidad a la enfermedad, nuestro alimento eucarístico tiene el mismo efecto en nuestra vida espiritual.

Es porque la Santísima Eucaristía aumenta nuestro amor por Jesús, que debilita nuestras malas inclinaciones. La Eucaristía y el pecado se excluyen mutuamente porque la Eucaristía es Jesús y el pecado es el diablo. Nuestro alimento eucarístico, además, produce en nuestras almas un consuelo espiritual que es un anticipo de la felicidad del Cielo. Escuchemos a Jesús que vive en nosotros.

Él nos permitirá olvidar nuestras preocupaciones mundanas y nos elevará a un plano superior donde, por la Bondad Infinita de Dios, continuaremos creciendo en virtud.

"¡Que el Santísimo Sacramento, sea por siempre alabado y adorado!"

Anima Christi Alma de Cristo, santifícame
Cuerpo de Cristo, sálvame
Sangre de Cristo, embriágame
Agua del costado de Cristo, lávame
Pasión de Cristo, fortaléceme
Buen Jesús, escúchame
Dentro de tus heridas, abrigame de apartarme,
Del mal, protégeme
A la hora de mi muerte, llámame
En tu presencia guíame para alabarte con todos tus santos
Por los siglos de los siglos, Amén
Antonio Cardenal Bacci


“Canto con júbilo”
La oración responsorial que te ofrezco hoy (Sal. 63), presenta un símbolo frecuente en los salmos: las alas maternales de Dios donde encontramos amparo y afecto. Por ejemplo: “Mi alma se refugia en ti; me refugio a la sombra de tus alas mientras pasa la calamidad” (57); “Te cubrirá con sus plumas, bajo sus alas te refugiarás, su brazo es escudo y armadura” (91).

- A la sombra de tus alas canto con júbilo.
- Mi alma está unida a ti y tu diestra me sostiene.
- Canto con júbilo.
- Gloria al padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
- A la sombra de tus alas canto con júbilo.

Alegría, seguridad y ternura son las emociones que impregnan esta estrofa. El salmista ha llegado a esta vivencia profunda a partir de un vehemente deseo de Dios: “Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo; mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua”. Aprovecha este salmo para ponerte en presencia del Señor.
(P. Natalio)

Oh Dios, que hiciste gloriosa a tantos santos por su notable caridad hacia los pobres; concede, por su intercesión y ejemplo, que tu caridad crezca continuamente en nuestros corazones.
Por Jesucristo, tu Hijo nuestro Señor, que vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén