La Adoración del Sagrado Corazón en relación al amor de Dios y del prójimo

“Bien, buen siervo y fiel… Entra en el gozo de tu Señor.”
- Mateo 25:21




El culto al Sagrado Corazón exige, especialmente, la práctica de los dos grandes preceptos fundamentales de nuestra fe católica, a saber, que debemos amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.

La implementación de esta enseñanza transformará nuestras vidas.
¿Amamos a Dios sobre todas las cosas y más de lo que nos amamos a nosotros mismos? ¿Cuál es el concepto predominante en nuestras mentes? ¿Es el concepto de Dios? ¿Cuál es el primer amor en nuestros corazones? ¿Es el amor de Dios? ¿Cuál es nuestro principal deseo en la vida? ¿Es la gloria de Dios? ¿O es nuestra propia gloria o nuestro propio placer?

Todavía tenemos un largo camino por recorrer en el camino del amor de Dios que es el camino de la perfección. Sólo podemos decir que somos realmente nosotros mismos, además, cuando amamos a Dios sobre todas las cosas y más que a nosotros mismos. Si un hombre no ama a Dios sobre todas las cosas, tampoco se ama a sí mismo en la forma en que debe amarse a sí mismo, porque Dios es nuestro único fiel a la felicidad.

¿Amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos? ¿Cuánta miseria moral y física vemos a nuestro alrededor? Pero, ¿tratamos de remediarlo por todos los medios a nuestro alcance, sin importar el sacrificio? ¿O somos fríos y desinteresados?

Recordemos las palabras de San Juan Apóstol de la Caridad. “En esto hemos llegado a conocer Su amor en que Él dio Su vida por nosotros y nosotros también debemos dar nuestra vida por los hermanos” (1 Jn 3:16).

¿Estamos preparados para hacer esto? ¿Estamos al menos dispuestos a regalar lo que no necesitamos para aliviar la pobreza y la miseria? ¡Quien carece de un amor efectivo a Dios y a su prójimo, no tiene verdadera devoción al Sagrado Corazón de Jesús!

No hay nada sentimental en tener devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Esta devoción tampoco consiste sólo en oraciones y prácticas piadosas. Es mucho más profundo que esto.
Debe inundar todo nuestro ser, encender el fuego del amor divino en nuestros corazones y transformar nuestra vida según los mandatos de Jesús. Un amor que no es activo no puede ser genuino, es sólo una emoción pasajera. Nuestro amor por el Sagrado Corazón de Jesús debe ser real y eficaz.

En la medida de lo posible, debe convertirnos en réplicas vivas de Jesucristo.
Vosotros sois mis amigos”, dijo, “si hacéis las cosas que os mando” (Jn 15,14).

¿A qué mandamientos se refiere? Todos ellos, por supuesto.
“Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29).
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24).
Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón y con toda el alma” (Mt 22,37).

Quien practica estos preceptos y todos los demás contenidos en el Evangelio, es sinceramente devoto del Sagrado Corazón.
Si alguno descuida ponerlos en práctica y se satisface con oraciones, aspiraciones y la realización de ejercicios espirituales, su devoción es vacía y no tiene fundamento.

Estas oraciones, aspiraciones y prácticas piadosas tienen su valor, en la medida en que pueden atraer la gracia de Dios.
Pero, debemos cooperar con la gracia de Dios por nuestras buenas acciones. Entonces nuestra devoción al Sagrado Corazón de Jesús, será sincera y eficaz.

Antonio Cardenal Bacci

El Verbo del Padre, Hijo Unigénito de Dios, Sol de Justicia (Mal 3,20), es el gran Mercader que nos ha traído el precio de nuestra redención. Es un intercambio verdaderamente precioso que nunca podremos valorar suficientemente cuando un Rey, Hijo del Rey altísimo, se ha convertido en la Moneda, el Oro ha pagado nuestras deudas, el Hombre Justo es dado por el pecador.

Misericordia verdaderamente inmerecida, amor perfectamente desinteresado, bondad asombrosa…, es una compra completamente desproporcionada, en la que el Hijo de Dios es entregado por el siervo, el Creador es muerto por el que ha creado, el Señor es condenado por su esclavo Oh Cristo, estas son Tus obras, Tú que descendiste del resplandor del Cielo a nuestras tinieblas infernales, para traer luz a nuestra lóbrega prisión.

Tú que bajaste de la Diestra de la Divina Majestad, a nuestra miseria humana, para redimir al género humano, Tú que descendiste de la gloria del Padre a la muerte de Cruz, para triunfar sobre la muerte y su autor. Tú eres el único y no hay otro sino Tú que podrías haber sido atraído para redimirnos por Tu propia bondad.

Que todos los mercaderes de Temán (Bar 3:23) se retiren de este lugar… no son ellos sino Israel [Tu] amado a quien [Has] elegido, Tú Quien escondes estos misterios de los sabios y entendidos y los has revelado a aquellos niños y humildes siervos tuyos (Lc 10,21)

¡Oh Señor, de buena gana abrazo esta compra porque me concierne! Me acuerdo de todas las cosas que has hecho, Tú que deseas que los mantenga con vida...

Por lo tanto, aprovecharé este talento que me has prestado hasta Tu regreso y me presentaré ante Ti con gran alegría.

Oh Dios, concédeme entonces escuchar estas dulces palabras: “¡Bien hecho, buen siervo! Entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25,21).

– San Bernardo O.Cist. (1091-1153)
Monje cisterciense, conocido como el último padre y el melifluo doctor de la Iglesia
(Sermones selectos, n.° 42: Las cinco compras).

Oh Dios, que hiciste de Tu Confesor, un brillante predicador de Tu Palabra y por medio de él, enriqueciste Tu Iglesia con una nueva familia religiosa, concédenos, te suplicamos, que por su intercesión piadosa y Tu ayuda, podamos pueda hacer lo que nos ha enseñado con sus palabras y obras.
Por Jesucristo, tu Hijo nuestro Señor, que vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén