La necesidad de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús

Jesús conocía sus pensamientos y les dijo en respuesta:
“¿Qué están pensando en sus corazones?”
– Lucas 5:22



Considerada como el culto del amor de Dios y de su Hijo Encarnado, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, es una práctica religiosa necesaria y obligatoria. Dios nos amó tanto, que quiso que el Verbo Eterno asumiera una naturaleza humana, nos instruyera sobre el camino del Cielo y nos diera los medios necesarios para alcanzarlo y, muerto en la Cruz, para impartirnos el méritos del derramamiento de Su Preciosa Sangre.

Es evidente, pues, que tenemos un estricto deber de devolverle el homenaje y el amor, por tan grande amor de parte de Dios. “Tanto amó Dios al mundo”, dice el Evangelio, “que ha dado a su Hijo unigénito para que los que creen en él no se pierdan, sino que tengan la vida eterna” (Jn 3, 16).

“En esto se ha mostrado el amor de Dios en nuestro caso –añade san Juan en su primera epístola– en que Dios ha enviado a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por él” (1 Jn 4, 9). ). Es el misterio del amor inconmensurable de Dios, que se hizo hombre, sufrió y murió por nosotros. Debemos ofrecerle, a cambio, no sólo el cariño de nuestro corazón, sino también nuestra adoración, gratitud y la dedicación de toda nuestra vida a su servicio.

Así como Él vivió y murió por amor a nosotros, así debemos vivir y morir por amor a Él. Así como Sus acciones humano-divinas estaban dirigidas a nuestra salvación, así también debemos orientar todos nuestros pensamientos y acciones a la promoción de Su gloria. 

De este modo, escribe el Papa Pío XI, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús se convierte en la síntesis del cristianismo y en la guía para un conocimiento, un amor y una imitación más perfectos de Cristo (Encíclica Miserentissimus Redemptor, AAS 1928, p. 167).

Es necesario desarrollar y meditar estas palabras de Pío XI, (ver Primera Parte) de las cuales, se desprende, que el culto al Sagrado Corazón, no sólo contiene la síntesis del cristianismo, la religión del amor, sino que contiene la guía más eficaz para el conocimiento, el amor y la imitación de Jesucristo.

Desde el primer momento de Su vida, cuando era un niño en la cueva fría y húmeda de Belén, hasta el momento final, cuando expiró en la Cruz, el Corazón de Jesús rebosaba de amor por nosotros. De esto podemos aprender, a conocer mejor a nuestro Divino Salvador, para que apreciando más plenamente Su infinito amor por nosotros, sintamos un surgimiento de gratitud y, de amor.

Nos sentiremos decididos a vivir enteramente para Él, como Él vivió enteramente por nosotros, a obedecer sus mandamientos con generosidad ya imitar su ejemplo con la ayuda de su gracia. Este debe ser el resultado de nuestra devoción al Sacratísimo Corazón de Jesús, especialmente durante este mes, que le está consagrado.

¡Oh Jesús mío, Tú que eres el Amor mismo, enciende en mi corazón el fuego divino que consumió y transformó a los Santos!
Amén."

Antonio Cardenal Bacci


Gracias a la fe de los demás, el alma del lisiado se curaría antes que su cuerpo. “Viendo su fe”, dice el Evangelio. Fíjense aquí, hermanos míos, que a Dios no le interesa lo que quiere la gente necia y no espera encontrar la fe entre los ignorantes… entre los que se portan mal.

Por otro lado, Él no se niega a acudir en ayuda de la fe de los demás. Tal fe es un don de gracia, en armonía con la voluntad de Dios... En su Divina Bondad, Cristo Médico, se esfuerza por atraer a la salvación, incluso a pesar de sí mismos, a los afectados por la enfermedad del alma, a los que la carga de sus pecados y ofensas abruma, hasta el delirio.

Sin embargo, no quieren someterse.
 ¡Oh hermanos míos, si quisiéramos, si todos quisiéramos percibir en toda su profundidad la parálisis de nuestra alma! Entonces veríamos que está acostado en una camilla de pecados, privado de fuerzas. 
La acción de Cristo en nosotros, sería fuente de luz y comprenderíamos que cada día Él ve nuestra falta de fe, por dañina que sea, que nos atrae hacia remedios curativos y aprieta con fuerza nuestras voluntades rebeldes.

Hijo mío”, dice, “tus pecados te son perdonados”.
– San Pedro Crisólogo (c 400-450)
Obispo de Rávena, Padre y Doctor de la Iglesia
(Sermón 50; PL 52, 339)
Oh Dios, que hiciste a tus benditos mártires, Marcelino y Pedro el Exorcista, gloriosos por su notable confesión de Tu gloria; concede, por su intercesión y ejemplo, que tu caridad crezca continuamente en nuestros corazones.
Por Jesucristo, tu Hijo nuestro Señor, que vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén/span> SAGRADO Corazón de JESÚS, en Ti confío.
300 Días Indulgencia Una vez al día – Plenaria, Una vez al mes. Raccolta 175
– San Pío X, 19 de agosto de 1905 y 27 de junio de 1906.