La santa misa


div style="text-align: center;">“Porque Mi carne es verdadera comida y Mi Sangre es verdadera bebida.”
- Juan 6:56



Sacrificio de la Misa es el acto más noble de nuestra religión. En él se renueva, de manera real pero incruenta, el Sacrificio del Calvario. Jesús deseó permanecer con nosotros a lo largo de los siglos en la Santísima Eucaristía como nuestro amigo, consolador y alimento espiritual.

Asimismo, no estando satisfecho con haber derramado Su Preciosa Sangre en la Cruz por nuestra Redención, fue Su deseo que esta acción sacrificial se renovara diariamente en todos los rincones del mundo, de tal manera, que todos pudieran participar en ella y beneficiarse de eso.

Cuando estamos presentes en la Santa Misa, debemos imaginarnos que estamos en el Calvario al pie de la Cruz en la que nuestro Divino Redentor está dando voluntariamente Su Vida, como Víctima inocente, por nuestros pecados.
Veámoslo suspendido entre la tierra y el cielo, holocausto de propiciación entre Dios y los hombres.
Veámoslo implorando con su mirada agonizante, perdón para sus verdugos y para nosotros pecadores.
Imaginemos, además, a su Santísima Madre mirando con tristeza a su Hijo sufriente.

Con un amor mucho mayor que el de cualquier otra criatura humana, ella se ofrece en unión con Jesús, por nuestra salvación.
Igual ofrenda debemos hacer cuando asistimos al Sacrificio del Altar. Debemos sacrificarnos junto con Jesús.

Si nos atormentan los sufrimientos, ofrézcamoslos junto con los de Jesús.
Si nos aquejan apasionadas inclinaciones al pecado, sacrifiquémoslas valientemente, junto con Jesús y por amor a Él.
Si estamos llenos de odio y frialdad hacia los demás, sacrifiquemos estos sentimientos por amor a Jesús, Quien perdonó a todos los que pidieron y se arrepintieron y oraron incluso por Sus verdugos.
Recordemos, que el Sacrificio de la Misa debe ser también nuestro sacrificio, No es sólo el Sacerdote quien la ofrece sino que la ofrecemos junto con el Sacerdote y con Jesús.

Recibe, oh Santísima Trinidad, esta ofrenda que te hacemos.” Unamos la ofrenda de todo nuestro ser al Sacrificio de Jesús y obtendremos grandes beneficios espirituales.

Los cuatro extremos de la Santa Misa
Meditemos en el hecho de que el Sacrificio de la Eucaristía fue instituido con cuatro fines, a saber:
 
1. HONRAR A DIOS Todos los Ángeles y Santos del Cielo y todos los seres humanos sobre la tierra, de ninguna manera podrían honrar a Dios, como Él debe ser honrado porque son criaturas que derivan todo lo que poseen de Dios. Sólo Jesús, Dios-Hombre, podía ofrecer al Padre Eterno, el honor infinito que le corresponde, ofreciéndose a Sí mismo.

2. PARA HACER LA SATISFACCIÓN ADECUADA POR TODOS NUESTROS PECADOS 
En cuanto rebelión contra Dios, nuestros pecados son, en cierto modo, infinitos. Esto se debe a que ofenden a un Ser Infinito. Sólo Jesús, siendo a la vez hombre y Dios, podía ofrecer por nosotros, sus hermanos, una satisfacción infinita al Padre Eterno. Sólo Él, podía redimirnos de la deuda de crimen y castigo que habíamos contraído, ofreciéndose a Sí mismo, sin reserva, en el Sacrificio Eucarístico. Debe aclararse, sin embargo, que aunque la Misa tiene un valor infinito en sí mismo, Dios nos aplica este valor de manera finita solamente, según Su beneplácito y según nuestras disposiciones. Por eso, conviene asistir a Misa, con la mayor frecuencia posible y con el máximo fervor.

3. DAR ACCIÓN DE GRACIAS A DIOS por todos los beneficios que de Él hemos recibido.

4. Finalmente, PARA OBTENER TODAS LAS GRACIAS Y FAVORES de los que nosotros y los demás tenemos necesidad. La Misa es un don extraordinario. Asistamos a Misa con recogimiento y devoción. ¡Será para nosotros la fuente de toda gracia y virtud!.
Amén
Antonio Cardenal Bacci


Tomad y comed; esto es Mi Cuerpo... Tomad y bebed; esta es Mi Sangre.” (Mt 26, 26).
Desde entonces, Cristo mismo nos describió claramente el Pan con las palabras “Esto es mi cuerpo”, ¿quién se atreverá en adelante a disputarlo? Y ya que Él ha dicho enfáticamente: “Esta es Mi Sangre”, ¿quién dudará?... Así que participemos con la más plena confianza de que es el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Porque Su Cuerpo os ha sido dado en forma de pan y Su Sangre en forma de vino, para que participando del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, participéis con Él, del mismo Cuerpo y Sangre... Así es como, en el las palabras del bienaventurado Pedro: “nos hacemos partícipes de la naturaleza divina” (2 P 1, 4).
Cristo dijo una vez en una conversación con los judíos: “Si no coméis Mi Carne y bebéis Mi Sangre, no tenéis vida en vosotros”

Ellos se escandalizaban porque no interpretaban espiritualmente Sus palabras... Incluso en el Antiguo Testamento, había la Presencia”, pero como pertenecían a la antigua dispensación, se han cumplido.

Pero en el Nuevo Testamento, el Pan es del Cielo y el Cáliz trae salvación, (Jn 6,41; Sal 115,4) y santifican el alma y el cuerpo; porque, como el pan se relaciona con el cuerpo, así la palabra armoniza con el alma… El Beato David os informará del significado de la Eucaristía cuando dice: “Has puesto mesa delante de mí contra los que me oprimen” (Sal 22, 5)

Lo único que puede significar es esa mesa sacramental, espiritual, que Dios nos ha preparado contra el espíritu maligno… “Y el cáliz que me embriaga, qué piadoso es” (Sal 22), aquí menciona el cáliz que Jesús tomó en Su Mano y dando gracias dijo: “Esta es la Sangre que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mt 26,28)
De esto hablaba David hace mucho tiempo cuando cantaba: “El pan fortalece el corazón del hombre, para que su rostro se alegre con aceite” ( Sal 103:15).
Fortalece, pues, tu corazón participando de ese pan espiritual y alegra el rostro de tu alma”.
– Catequesis a los Recién Bautizados de la Iglesia en Jerusalén
(Siglo IV) No 4.

Oh Dios, que hiciste gloriosa a tantos santos por su notable caridad hacia los pobres; concede, por su intercesión y ejemplo, que tu caridad crezca continuamente en nuestros corazones.
Por Jesucristo, tu Hijo nuestro Señor, que vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén